Bonifacio Singh: Madrid Sumergida
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La masa cómoda

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Me niego a participar en manifestaciones con gente al lado que las llama “mani”, o “manifa”. Para asistir a cualquiera de estos acontecimientos sociales de masas deberían hacer pasar a todo el mundo un simple test: el que gane más de treinta mil Euros brutos al año no debería poder participar. Y soy muy laxo con la cifra.

“Yo no hago huelga porque tengo que trabajar para dar de comer a mis hijos”. En la masa cómoda siempre tenemos una excusa. La de más peso que esgrimimos suele ser que mantenemos a algún que otro vástago putativo, un bien que está por encima de todo el resto porque Dios lo dijo. La masa cómoda siempre se apresta a tener hijos porque el reloj biológico es algo con lo que se viene de serie al nacer. Y el que contradiga al reloj es un raro o un hijoputa, o las dos cosas. Cuando un integrante de la masa cómoda llega a la mediana edad, o sea, a la edad del no tener acceso a follar más que con su cónyuge, adopta una frase que lo transporta automáticamente a su lugar en el mundo: “a mí lo que más me gusta es estar con mis hijos”.

masa33Venimos al mundo con un impermeable puesto. La cultura cae como una lluvia dura sobre nuestros lomos. El agua cala cualquier chubasquero por muy fuerte que sea su tejido. Lo importante en realidad es la capacidad para transpirar que tenga el chubasquero, para que nuestro cuerpo consiga expulsar la humedad sobrante, la que queda mugrienta dentro del chambergo. La masa cómoda se  cala hasta los huesos y sonríe con cara de gilipollas mirando al cielo, la vida es maravillosa incluso cuando llueve a mares.

Los pupitres de las grandes empresas, de los bancos, de las redacciones de los medios de comunicación de masas, de las compañías de seguros, están llenos de masa cómoda. Por la mañana abominan de los sindicatos y su convocatoria de huelga. “Los sindicatos están obsoletos, se comportan como las doce tribus de Israel”,  afirman, y vive Dios que es cierto. Por la tarde, al salir de trabajar, acuden a la manifestación a gritar contra el sistema. Recorren un par de paradas de metro y luego vuelven satisfechos para casa; de camino intentan parar a cenar en su restaurante de sushi favorito, pero está cerrado por miedo a que les rompan el escaparate. Las wiffis de los Iphones que la masa cómoda lleva a la manifestación consiguen levantar un halo de radiación que llega hasta Plutón. Si todos twitteasen, washapeasen  o Facebookeasen a la vez el manto terrestre podría perforarse hasta las antípodas. Muchos de ellos tienen suficiente coltán en su casa como para fabricarse con él una dentadura postiza. Pero sostienen que el sistema es una mierda. “-¿Dónde hay un cajero automático?. -¿No será para quemarlo?. - No, joder, es que he salido de mi ático sin efectivo, me siento como desnudo…”.

La masa cómoda quiere cambiar el mundo, cambiar todo para que se quede como está, porque en el fondo es maravilloso el sistema piramidal de préstamos bancarios. No hay ni uno dentro de la masa cómoda que no abogue por un mundo con hipotecas baratas. Compartí pupitre durante un año con Jesús López. Era el pequeño de nueve hermanos, siempre iba vestido con un raído chándal azul marino y olía a sudor seco. Todos los días cogía uno de los balones de fútbol del colegio y  lo pateaba por encima de la valla. A la salida lo recogía y se lo llevaba nadie sabe a donde. Al acabar el curso no quedaba ni un balón en el colegio. Él no los quería para nada, pero tuvimos que dejar de jugar al fútbol. Con dos o tres mil tipos como él la masa cómoda iba a ir bien jodida por el mundo, les patearía bien el culo, serían como un ejército compuesto por varios miles de Eric Cantona sacando todos el dinero del banco al mismo tiempo. Espero que Jesús no haya muerto de sobredosis o por un disparo de la policía. Discúlpenme, quise decir putos maderos. En el Dios de la desigualdad planetaria confiamos. Queremos más gurús y menos hombres. El tercer mundo es jodidamente aburrido, allí todo el suelo es rústico, no hay parcelas edificables en las que invertir el dinero de la masa cómoda.

masa2La masa cómoda vive preocupada por no poder recargar la batería del móvil. Y si follan siempre es con amor. “He adelgazado dos kilos en un mes y luego he cogido cuatro”, dice la masa cómoda. Salieron a la calle a pedir pan y coltán, y de paso quemaron unas cuantas calorías sobrantes. La masa cómoda sabe mucho de ontología fundamental, de filosofía política, de física cuántica y de teoría de cuerdas, pero cuando les pides ayuda para arreglar un grifo que se sale te dicen: “llama a un fontanero”.

La segunda regla para identificar a la masa cómoda es el tamaño de su hipoteca. A cualquier persona que haya firmado una hipoteca superior a los cien mil Euros no debería permitírsele asistir a una manifestación. Una vez más soy muy laxo en este aspecto. Tampoco vale protestar por comprar terrenos rústicos hipotéticamente recalificables. Si eres tan estúpido como para hacerlo y no asumes el riesgo que conlleva tampoco tienes derecho luego a quejarte. El desconocimiento de la norma no permite su incumplimiento. Si eres tan idiota como para visitar la boca del lobo no pienses que luego podrás huir a llorar a tu casita construida con paja o con barro, mascachapas de la masa cómoda. El sistema capitalista está fundamentado en el riesgo y la desigualdad por encima de todo, así que si nos pilla el toro no vengamos luego con pamplinas.

Mi padre se despertaba de la siesta sobresaltado por los gritos de mi abuela, que le instaba a cortar las malas hierbas de la huerta. Aquello parecía una selva, y deslizar la guadaña resultaba bastante fatigoso. Sueño con él blandiendo la guadaña para cortar las piernas a la masa cómoda. Para cambiar el sistema tendríamos que tener muy presente que habría que renunciar a tener un cortacésped, deberíamos irremisiblemente retornar al método arcaico de segado mediante la guadaña, aunque luego dolieran los riñones. Pero no seamos ilusos, contando con la masa cómoda no hay posibilidad de dar la vuelta a la tortilla, sólo sería posible volver a cocinarla desde el principio confiando en que creciera una nueva especie de patata mutante. La masa cómoda es como un tubérculo blandurrio con el que el huevo cuaja muy mal.

En diciembre de 1930 un tendero neoyorkino acudió a una sucursal del Bank of United States a reclamar sus ahorros. No se fiaba ni un pelo de aquellos motherfuckers. Se cabreó mucho cuando los chupatintas y lacayos del banco trataron de convencerle para que no sacase el dinero con infectas excusas. Se largó de muy mala hostia, y a mediodía el muy cabrón propagó el rumor de que ese banco no tenía un chavo de sus ahorradores, que en la puta caja fuerte sólo atesoraban telarañas. Aquella tarde varios miles de personas de la masa cómoda rodearon aquella chonera financiera pidiendo que les soltaran sus cuartos. En veinticuatro horas quebró. Fue la chispa que provocó la quiebra del ochenta por ciento de los bancos yankis, que cayeron al vertedero como fichas de dominó, se disolvieron como un pedo en el agua: en el exterior sólo olió mal durante unos instantes. El sistema capitalista es pirámide con los cimientos de barro, con las vigas maestras sólo sustentadas por los delirios de grandeza de la masa cómoda, un engañabobos, nunca mejor dicho. Y la masa cómoda puede destruir y autodestruirse, es más inestable que la nitroglicerina, todos sus integrantes llevan el maletín nuclear bajo el brazo con el botón rojo a punto de ser pulsado. Miopes de nacimiento incapaces de ver más allá de su nariz.

masa2Las chicas de la masa cómoda se sienten seguras sobre sus zapatos de tacón mientras sueñan con ser madres maduras a los cuarenta, nunca es tarde para perpetuar la maldita especie. Fantasean con  practicar alguna profesión liberal y arrimarse a un supuesto gurú que se diga a si mismo de izquierdas, a ser posible soso, calvo y gordo; si el tipo atesora esas cualidades resulta poco peligroso para ellas. La basura blanca ultracatólica del medio oeste norteamericano es con creces más progresista que esta clase de masa cómoda. La basura blanca planta nabos, vive en aparcamientos de caravanas o roba los coches de la masa cómoda, que se caga en los calzones ante ellos. La masa cómoda necesita reclutar muchos lacayos policías que reciten de memoria aquello de: “yo sólo hago mi trabajo”. La masa cómoda nace con la única pretensión de trabajar por cuenta ajena, si no se sienten como los huerfanitos de Dykens. “Feliz el que, alejado de los negocios como en otro tiempo los mortales, paternos campos con sus bueyes ara sin rendir a la usura vasallaje…”, les grita Horacio, un tío no se sabe si nacido entre la basura blanca o la negra.

A ver, sí, es lo que estás pensando. tú seguramente eres parte de la masa cómoda sin saberlo, solamente lo intuyes porque eres idiota. Ponte delante de un espejo, cierra los ojos y dí tu nombre tres veces. Ábrelos de nuevo y si vomitas directamente al verte es que, por unos segundos, dejaste de pertenecer a la masa cómoda. Pero será algo efímero, sólo por unos instantes, porque el humano lleva de fábrica, otorgada por Dios, una autodefensa infalible contra el horror: el ser gilipollas.

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La muerte os sienta tan mal

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El tanatorio de la M-30 es como un inmenso muro de Facebook. Pasar un ratito allí es asistir en vivo y en directo a la representación social humana más teatral. Tras la muerte de una persona, de cualquier persona, no me imagino a más de otras tres, o a lo sumo cuatro o cinco, a las que su falta provoque algún tipo de agujero interior. El resto es pura representación tragicómica, superyo al más puro estilo red social, discursos vacíos que pretenden la pena más burda o la alegría más idiotamente chisposa, cuando lo que realmente apetece es meterse en el agujero y cagarse en la reputa madre que inventó este mundo.  El tanatorio antiguamente era la droga que sustituía a Twitter o a Facebook, incluso es posible que el fatuo de Zuckerberg se inspirase en los pasillos requetecontaminados por luz fluorescente de este antro de la muerte para crear su mefistofélico invento. En esas habitaciones, en las que se exhibe a los fiambres de cuerpo presente maquillados como puertas a través de un ojo de buey, se conjugan falsos ropajes, superficialidad y ego, todo por toneladas, y buenos deseos lanzados como eructos al aire o elogios hacia quien en realidad te importa o te importó un puto carajo. Siempre me gustó observar desde la última fila sin ser visto, como en “El estudiante de Salamanca”, a toda esta fauna arrastrada inconsciente por la corriente vital. muerte2En cierto modo allí me sucede lo mismo que en las redes sociales: observo y río, pero también me asqueo y prefiero borrar de mi horizonte a todo aquel al que no quiero odiar al ver lo que realmente le gustaría llegar a ser. Los humanos se ven a sí mismos como gurús reflejados en el espejo cóncavo del callejón del gato; las gordas se ven supermodelos, los bobos listos y a algunos incluso les da por creer que todo tiene un sentido. Todavía queda una última fase en el big-bang virtual: convertir Facebook en una gigantesca esquela en la que expresar el amor eterno por los muertos, en la que escribir tus mejores frases hechas de pésame para que vean lo buenísimo que eres. Aun me pregunto por qué junto al botón “me gusta”, expresión de la máxima felicidad humana (¿hay algo más maravilloso que contar que hoy has cagao blando y que tu cuñado o tu suegra pongan “me gusta”?), no hay otro que ponga “asco”.

Cuando el payaso Miliki palmó, el coro virtual comenzó a decir cosas como “puso una sonrisa en nuestra niñez”. Facebook y Twitter ardieron, se llenaron de inmensas muestras de gratitud hacia el simpático clown amante de esas inocentes criaturas conocidas como niños, que años más tarde crecerían para ser potenciales clientes de los discos horteras que trataba de vender al gran público este señor. A la juventud siempre le ha encantado el circo por los valores tan sanos y enrollados que representa, por ese olor a caca que embelesa siempre levitando como un trapecista alrededor de la carpa circense, ese hedor provocado por los excrementos de los animales supuestamente salvajes que pueblan sus espectáculos y por los artistas que mean al lado de sus infectas autocaravanas. La gran mayoría de los que se mostraban consternados ante tal óbito payasil no había nacido cuando los payasos eran estrellas de la tele en blanco y negro, y otros ni siquiera se acuerdan de su programa. Pero todos lloraban mucho. Yo recuerdo que había una parte de aquel invento, “la aventura”, en que el cabronazo de Fofó se reía de una forma surrealista de todos los valores que representaba el orden social, el buen hacer y la laboriosidad. Luego, para rematar, cantaban algunas canciones en su mayoría bastante reaccionarias y políticamente correctas, todas con bonito mensaje subliminal (impagables “Susanita tiene un ratón” y “Así, así que yo la vi…”) muy acordes con la asquerosamente meliflua personalidad de Milikito (aunque esa es otra larga historia…). Es posible que el cabrón con patas del grupo, el ideólogo del desbarajuste gracioso, fuera Fofó, porque cuando éste murió los payasos de la tele comenzaron a perpetrar un espectáculo cada vez más denigrante en el que colocaban a trabajar a todos sus familiares, que en la mayoría de los casos no tenían ni puta gracia. Finalmente cada uno se fue por su lado y Miliki y su simpático hijo Milikito se dedicaron a exprimir la gallina de los huevos de oro de la nostalgia hasta casi estrangularla. Curiosa semblanza la de esta saga familiar con la actual de los Borbones, también tan graciosos y campechanos. muerte44La familia Aragón acabó peleándose a brazo partido por el legado y la fama cosechadas en el pasado, a hostia limpia literalmente, en un nuevo espectáculo televisivo mucho más atractivo que el que protagonizaron sus padres. “Payaso come payaso”, podrían haberlo titulado. En Facebook no suele haber peleas familiares. Todo el mundo es buenísimo allí, incluso los que se odian o se han puteado a muerte toda la vida. “Qué bonita foto, tu hijo está precioso”, pueden afirmar aunque el tierno infante sea más feo que pegar a un padre con un calcetín sudao.

En la puerta del tanatorio siempre hay dos moros gorrillas. Normalmente no doy calderilla a esta clase de salvajes empleados, los miro con cara de mala hostia y punto. Pero estos dos moros, no sé por qué, suelen tratarme como si fuera uno de sus semejantes y me dan un sitio siempre en toda la puerta. La mezquita central está a apenas cien metros. Allí reparten cus-cus barato y mochilas con explosivos. Los peculiares aparcacoches funerarios me dan conversación cuando entro y cuando salgo. Debe ser por la cara de satisfacción que llevo en los ojos cuando huyo del lugar, que es un sitio del que vivos y muertos desean marcharse lo antes posible, aunque todo Dios trate de disimularlo. Hay gente que ríe mucho en el tanatorio para amortiguar el miedo que tiene a morirse. Miedo algunos, porque el resto, esa mayoría ruidosa que fuma compulsivamente sobre las barandillas con vistas a la M-30, no piensa ni en que poseamos la vida eterna ni en que seamos un pedo en el viento, no piensan a secas. Piso el acelerador. Madrid está extrañamente frío aunque sea ya casi mitad de mayo, la noche huele a agua mezclada con ozono troposférico. Las sombras caminan con las manos en los bolsillos entre una oscuridad primaveral que ya huele a verano. Madrid es de color gris, casi negro, por mucho que lo traten de pintar de colorines. Madrid está hecho de gente con la piel dura, de animales extranjeros llegados a la fuerza desde otras latitudes, enjaulados en barcos de esclavos. Las urracas blancas y negras anidan sobre los eucaliptos importados de las antípodas. En Madrid casi siempre hace o mucho calor o mucho frío. No necesito mapas ni gepeeses para guiarme, me dejo llevar por la marea de las calles hasta casa. Pongo la radio. Ando rodando por esta ciudad desde hace ya muchos años, y sé que ella ha robado el alma y la fe de muchos hombres. Música de cañerías sobre el asfalto congelado. Pleased to meet you, Mick, pleased to meet you, Keith; hola don Pepito, hola don José….


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Sol de medianoche

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Madrid, más de tres millones de lobos con piel de cordero. Más de tres millones de islas amuralladas humanas. En Madrid no hay nadie bueno. En Madrid nadie pregunta si te ve caer al suelo. Madrid, donde “amor” y “amistad” son como los mapas antiguos, trazados con inexactitud por desconocimiento del terreno. Madrid, más de tres millones de robots corriendo arriba y abajo. Los robots pueden tocar una canción exactamente como la escuchan, sin esfuerzo, matemáticamente, sin pestañear ni sentir la fatiga, pero nunca podrán interpretarla cambiándola, ni lo más mínimo. Aprender a tocar la guitarra es como excavar un túnel con una cuchara para escapar de tu celda, y todos los días tienes que tapar el agujero con un poster de Raquel Welch para que no lo descubran los carceleros. Madrid, tres millones de burbujas aislantes de plástico. Más de tres millones de imágenes de sonrisas, de ocio, de sushi, de monumentos fotografiados en ciudades lejanas. Y, de fondo, detrás de todo, gritos, gritos que rechinan, gritos silenciosos, gritos que resuenan desde Altamira hasta el museo de arte moderno. Gritos que quieren ser escuchados y que yo puedo escuchar y posiblemente tú no, por mucho que te esfuerces o digas que puedes hacerlo tú no puedes ni podrás escucharlos.

Cada día necesito más a este bosque. Es mi bosque de asfalto. Tardé décadas en conseguir marcar mi surco. Camino por mi bosque de asfalto y siento placer. Mi selva, mi territorio. Este suelo y estás paredes son mis ríos y mis árboles. Cada día necesito más a este bosque y menos a los animales que andan sueltos por él. Caminando arriba y abajo. Caminando arriba y abajo. Caminando arriba y abajo. Intenta entenderlo, estos son mis árboles.

La tragedia del hombre moderno. Nace. Sus padres piensan, y gritan a los cuatro vientos, que su hijo es un genio, que se aburre en el colegio porque los profesores son un coñazo, porque los planes académicos son una mierda, porque sus compañeros son unos hijos de puta crueles. Resulta que la realidad es diferente, sucede que su hijo tiene cara de acelga con Asperger, y que su expresión atesora menos gracia que pegar a un progenitor con un calcetín sudao. Su hijo es un singracia, punto. Y su hijo crece y se convierte en una especie de perchero con ojos, uno de esos que todos los años, cada vez que nieva en la sierra, manda fotos por washap a sus amigos, siempre imágenes de los picos encanecidos de blanco hechas desde la ventana de su oficina, una y otra vez, como si fuera el día de la marmota, o el año de la marmota, el idiota. No les acosaban por ser listos, sino por ser orejudos o feos. Hacerles buling debería ser obligatorio, darles de hostias. La tragedia del hombre moderno: querer que sus hijos perduren cuando él no ha podido perdurar, desear con todas tus fuerzas que sus vástagos sean genios cuando en verdad son bobos sin gracia o gilipollas a secas. Muérete de una vez, hombre moderno, mujer moderna, tú también, moriros al unísono.

Un día me encontré a medio camino entre desear estar vivo y no desearlo.

medianoche66Amo, aunque amar suene a petimetre concepto cursi, los días de verano en los que en Madrid anochece a las diez y media de la noche. Son esas tardes luminosas eternas y polvorientas durante las que yo me siento verdaderamente atado a esta sucia tierra. Odio estos inviernos light en los que ya no nieva pero durante los cuales cada vez siento más el acartonamiento del reuma en las manos. Hay un grupo de gilipollas que predican un cambio de horario para adaptarlo a la referencia solar y así recortarnos una hora de ese sol de medianoche. Son esos habituales repelentes niños Vicente, esos que creen en el positivimo, en el humanismo y la relación estricta causa-efecto. La puta causalidad. La ciencia es esa mentira tan gorda en la que todos creéis. No debería hacer falta recalcar una vez más que me importa una mierda lo que le suceda al medio ambiente de vuestro planeta, sigo insistiendo en que vais a palmar, vamos a irnos al hoyo, mucho antes de que se produzca un cambio en la estúpida  mente de la especie o en en el lodo que cimenta el fondo de las charcas donde construís vuestros palafitos de lujo. Está muy bien visto que China legalice tener un segundo hijo, incluso un tercero, llegan con un pan debajo del brazo. No eres más gilipollas porque no te entrenas, eres el Messi de los gilipollas, el Cristiano Ronaldo de los mascachapas. Quieren llegar lo más pronto posible a los diez mil millones de humanos que vivan en paz y amor sobre la Tierra, porque las muchedumbres son una bendición. Paz, puto hermano Caín. Las hembras tienen que parir sin parar porque ese es su cometido metafísico dentro del universo de mierda, es vuestro ontológico invento, mujeres, así que apechugad con él, parid, parid, parid, en el quirófano o en vuestra puta casa, o en la bañera, parid, parid. Creced y multiplicaos. En el fondo todos somos un poco creyentes, por mucho que nos proclamemos ateos, esa es otra gran mentira, la de los ateos. Es necesario ser creyente. Está tan bien visto parir como el festejo del carnaval. No me gusta disfrazarme, me asquea toda esa muchedumbre intentando parecer que son felices y que se lo pasan bien. Atentaron en Bataclán pero no el carnaval, los hijos de puta descerebrados moros, cabrones. Sois tan gilipollas por no comer cerdo, moros. Iros todos a la mierda si queréis, muchachos, disfrazaros, pero no me lo contéis por washap. Irse a la mierda no es interesante si no soy yo el que emprende ese escatológico viaje hacia el inexorable destino. Cagarme en tu cara es el único sentido de toda esta historia, imagino que te habrás dado cuenta.

Es una cuestión de tiempo,
de tiempo
y desgana.
Una cuestión de tiempo,
de polvo al polvo.
Una cuestión del tiempo
que quieras perder
pensando
que tiene
sentido.

medianoche4Lo difícil en este mundo no es decir lo que ellos no quieren escuchar, decir eso es muy fácil, incluso placentero. Sí, puede que sea un poco puto hacerlo, pero se puede, sí, se puede, we can, porque el resto, los demás, al humano le importan una mierda. Lo realmente chungo es pasar esa linea divisoria para torpedear la nuestra de flotación, atravesar esa frontera hacia ese más allá inmundo de lo real y decirte a ti mismo lo que no quieres oír, tú a ti, esas vergüenzas tan de carne y hueso que tú y yo no conseguimos ocultar por mucho que vistamos nuestros genitales de farolillos hacia el exterior. Lo que no quieres escuchar, tu infierno particular, tu realismo, tu verdadero retrato hecho carne y palabra, toda esa mierda. Qué puto es decírtelo a ti mismo a la cara, ¿eh? Mientras tanto, para compensar la herida que me hago, jodo al resto un ratito cada día, les meto patadas en los huevos. Nos creemos que la vida es una cámara de fotos digital, con infinitas instantáneas  por lanzar, infinitas imágenes por captar, infinitos selfies de mierda por ejecutar, pero en realidad la vida es una película Kodak de extensión limitada  y a los demás no les gusta que les enseñes las fotos de tus vacaciones, aunque quieran disimular que sí, porque no les interesan nada de nada, ni tus selfies tampoco, se la sudan, y el carrete vas viendo que se acaba, que se acaba, que se acaba, y cuando las revelas y pasas las putas fotos al papel resulta que no te suele gustar ninguna de esas estampitas porque sales gordo y feo, porque no te ves bien, porque te imaginabas de otra manera muy distinta, no esa mierda que eres. Es mejor tirar las fotos a la basura, al contenedor y, al final, coges y te vas a hacerlas compañía tú también, al vertedero, haciendo el menor ruido posible. Vete y deja de joder, por favor.

Me resisto a dejar de ser lo que era. Exhalamos humo, pero ya sólo es vaho. Desapareces por donde has venido. Desapareces, desapareces, desapareces. Es como un caramelo de menta de esos que me gustan, va desapareciendo en mi estómago, esfumándose poco a poco, disolviéndose. Un caramelo de menta con sabor mezcla de ibuprofeno y de chorizo Joselito.

Tuvimos un amigo que vivía con una novia que padecía hipertiroidismo y anorexia. Ella lo acusaba de que compartían piso como dos compañeros, insinuando que coexistían sin roce genital, que él era un tío coñazo. Cociéndole, hay que reconocer que ella poseía cierta credibilidad en sus afirmaciones. Era evidente que necesitaba que se la intentaran follar, digo intentar porque ella no creo que en realidad lo permitiese, ni a punta de pistola ni de Prozac. Lo echó de casa con muy buenos modos, es muy educada, incluso se despidió con su sonrisa siempre falsa en la boca. Tiempo después, él la sustituyó por otra mujer, esta vez con hipotiroidismo, una hembra con unos muslos de diámetro superior, como dice el dicho madridista, a los de Chendo.

Si quieres adelgazar pésate después de cagar.

Noviembre de 2015. Gregoria tiene ochenta y ocho años. Vive en una casa de cinco habitaciones y dos baños junto a una ancha avenida madrileña, ella sola. Tiene tres hijos. Una de sus hijas es jipi, también su nieta, el retoño de ésta. Su hijo menor es de esas personas a las que aparentemente la vida les ha hecho que todo les dé igual, de esos para los que la cama es el último refugio. Por su parte, el mayor, el otro varón, es un santo angelical al que todas las amigas de su madre adoran. Bajo esa piel de cordero se esconde un hijo de puta, pero esa ya es otra historia más complicada, porque todos tenemos un hijoputa luchando por salir de dentro. Gregoria cumplió los ochenta y nueve años el 2 de enero de 2016 pero, cuatro días antes, el día de los inocentes, se fue a vivir a una residencia de ancianos. Era lo mejor para todos. Ella se había encargado de llamar putas a sus nueras previamente, para que se negasen a acogerla. Las habitaciones de la residencia son como camaretas de un campamento juvenil, donde las paredes de separación entre cuarto y cuarto no llegan hasta el techo, de esas que no logran salvar a sus ocupantes de ronquidos y pedos ajenos. Estos habitáculos están amueblados mediante una cama, un armario bajo y una mesita sin silla adyacente, y no tienen teléfono, para atender las escasas llamadas hay que tener móvil o bajar a recepción. Opcionalmente se pude colgar un crucifijo sobre la cabecera de la cama, pero no se permiten más agujeros en la pared. Allí todo el mundo tiene su andador propio, es obligatorio caminar con andador para evitar caídas y fracturas. medianoche5La tele está en un cuarto común, donde los huéspedes descansan con los cuellos retorcidos en escorzo imposible sobre sí mismo mientras babean. Nada más llegar, a Gregoria le dijeron que todos los huéspedes debían llevar pañal, tuvieran incontinencia urinaria o no. El treinta de diciembre la nieta jipi de Gregoria la llamó por teléfono para pedirle las llaves de la casa de cinco habitaciones para “ir con el novio y unos amigos” a pasar allí la fiesta de nochevieja. Gregoria se negó. Gregoria ha tenido tiempo en el pasado de llamar puta a la cara también a su nieta. Gregoria no es que sea tampoco una santa bajada del cielo. Greogria se quedó viuda hace veinticinco años. El 4 de enero una ambulancia se llevó a Gregoria al hospital de La Paz porque había tomado una de sus pastillas por duplicado sin darse cuenta, una pastilla tranquilizante. Durante dos días no pudo ponerse de pie, pero sobrevivió y siguió en la residencia. Dice que algún fin de semana volverá a su casa de cinco dormitorios. El 10 de enero Gregoria se cayó de la cama durante la noche, se la encontraron en el suelo tirada boca abajo. Pasó tres días más en el hospital, pero sobrevivió, regresó a la residencia. El 23 de enero se repitió la jugada, se tropezó en el baño y cayó contra el lavabo. La ingresaron en el hospital con un fuerte golpe en la cabeza. El 25 de enero dejó de reconocer a sus hijos. Murió el 27 de enero de 2016.

Me resisto a dejar de ser lo que era. Exhalamos humo, pero sólo es vaho. Es de noche y ya no hace frío como antes lo hacía. Inspirar a fondo para conseguir respirar hasta los tuétanos el olor del ozono de las tormentas.

Si sigues la calle de Gregoria, que está muy cerca de la mía, hay nueve Fruterías en el espacio de quinientos metros y tres tiendas de hacer manicuras de los chinos. Imagino que si te pones pesado cuando acabas de hacerte la manicura puedes hacer que te la succionen, a tu elección, un hombre o una mujer. Los chinos y las chinas, cuando cumplen la edad reglamentaria de procrear, los catorce, dejan de cumplir años y se transforman en seres sin edad definida a simple vista, todos parecen entre los dieciocho y los sesenta.  Mucha gente se creía omnipotente porque habían alquilado sus locales a bancos, ellos nunca dejarían de pagar el alquiler. Sin embargo, los hijoputas usureros se marcharon y dejaron sus instalaciones para ser ocupadas por tenderos chinos y fruteros moros. Fruterías, manicuras, peluquerías y “compro oro”, los negocios del presente en Madrid. Incluso florece ya alguna carnicería halal donde se follan a los corderos y luego los matan mirando a La Meca. En los comercios chinos pueden hacerte una felación si te pones un plasta, en las tiendas de los moros lo dudo mucho, sus mujeres imposible, con ellos tendrías más posibilidades.

Menudo viaje, menudo puto viaje....Me resisto a dejar de ser lo que era. El tiempo es limitado y eso genera urgencia. Es un viaje sólo de ida. El agua sube poco a poco y nadie va a quitar el tapón. Más se perdió en la guerra y volvieron cantando.

Mi madre se cayó en el autobús. El conductor pegó un frenazo y ella se pegó un costalazo de culo tropezando sus costillas sobre el borde de un asiento. Siempre las costillas. Sus amigas le decían que pidiera una indemnización, que jodieran al hijoputa del conductor. Los golpes en las costillas duelen al acostarte, sobretodo. Golpes en las costillas. Para dormir y sortear los dolores, el médico le recetó el bendito Diazepan, ese Dios maravilloso. Compramos una caja. Si al finalizar el tratamiento de Diazepan, si logras abandonarlo, puedes vender las pastillas sobrantes a algún yonki en el parque. Mi madre todavía toma un trocito de pastillas todas las noches, tras haber despotricado sistemáticamente a lo largo de su vida contra los hijos drogadictos de otras mujeres del barrio. Mi madre dice que los compadece, pero en realidad los desprecia. Yo lo máximo que he tomado es algunos tripis, y unos cuantos cientos de porros, quizás mil, y nunca coca, porque por suerte siempre estuvo fuera de mi alcance económico. El cuñado de un amigo mío murió de dosis letal. Se lo encontraron sentado en un sillón con el cuerpo en estado de descomposición.

Me reí de la desgracia ajena, ayer. Una vez más. Me reí de la desgracia ajena. Él me dijo una vez: “salgo a la calle para ver gente, para sentirme vivo”. Fue una nochebuena cuando me lo dijo, se quedó tan ancho. Yo, ahora, me río de su desgracia. medianoche6Durante una época pensé que sólo era un gilipollas, sólo un pobre gilipollas más como tú y como yo, pero desde hace tiempo me río de su desgracia, sin poder ni querer evitarlo. Eso a mi me hace sentirme vivo, me hace hombre, me hace vestirme por los pies, me hace respirar, me hace sentir los cojones flotando en la entrepierna, me hace tener esperanza en que habrá un mañana y que saldrá el coprófago sol allá en el horizonte. Reírme de su desgracia. Reírme de su desgracia. Reírme de cómo nació y de cómo morirá sin verse en el espejo, sin ser capaz de ello. Resulta jodidamente agradable. Parece una autocrítica, una flagelación, aunque no lo es. Pero él tiene suerte. Tiene mucha suerte, porque no es consciente de nada, sobretodo de su propia mierda. Ser gilipollas supone la mayor de las suertes, un don divino. Pero yo me consuelo con lo bien huele la desgracia ajena por la mañana o, como ahora, en mitad de la noche de Madrid, no el napalm en Danang sobre la selva, sino la desgracia ajena, la noche y la sangre de Madrid.

Madrid, eres más puta que guapa. No somos lo que comemos, somos lo que cagamos. Cretinizarse o morir, esa es la cuestión. Me tuve que sentar al ver aquel tumor en su radiografía, yo, que quería mantenerme siempre de pie sin flaquear, cediendo siempre mi asiento. Vivo en ti, Madrid, protegido del sol de la mañana debajo de tus mantas.

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lanochemasoscura