Bonifacio Singh: Madrid Sumergida
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Cucharadas de tiempo

cucharadas1

Madrid. Mistificar Madrid. Lo que ellos quieren es que te quedes en casa la mayor cantidad de tiempo posible, hasta que tu tiempo se vuelva siempre un presente continuo, que no transcurra, que se pare corriendo al mismo tiempo a toda velocidad, a la de la luz si es preciso. Que gastes la menor cantidad de luz, de gas, de plástico, de papel, que cagues lo menos posible, que no bebas mucha agua, que si es preciso mees dentro de tu propia boca, que respires lo menos posible para que no les agotes el planeta que quieren disfrutar. Que no desgastes su suelo. Que no sueltes ventosidades, pero que si lo haces porque no hay otro remedio las envases y se las cedas gratis para contribuir al buen uso de las energías renovables y de la economía circular. Quieren que no memorices nada, que no recuerdes nada, que solamente veas, pero que no fijes la mirada ni una milésima de segundo. Quieren que cuando te mueras te incineres a lo bonzo. Quieren convencerte de que eres inmortal para que cuando te lo ordenen saltes sin pensártelo por la ventana, no por un precipicio, porque ese es un espacio natural solo destinado a ellos para el ocio sano en la naturaleza. Eres muy malo, y ellos te lo van a hacer saber. Eres un hijo de puta, ya deberías haberte dado cuenta.

cucharadas2Mi padre conducía muy bien. Pude verle conducir sereno y borracho, pero siempre bien, y seguro. Lo hacía deprisa cuando se podía ir deprisa, y despacio cuando no se podía de otra forma. El caso es que siempre llegábamos a los sitios, incluso a los más recónditos. En aquellas antiguas carreteras y caminos aprendimos a arrancar el coche empujando y tirando fuerte del embrague, soltándolo de golpe. Lo más importante de todo cuando conduces es mantener la distancia de seguridad, porque los demás son unos hijos de puta, son el enemigo. Él me decía que conducir era pensar que cualquier de alrededor te podía hacer una megaputada, y que había que estar siempre prevenidos. Mi padre blasfemaba mucho al conducir, se cagaba sobretodo en Dios y en su puta madre. Yo creo que en el fondo sabía que nadie le escuchaba ahí arriba, nadie le escuchaba porque ahí arriba todo está vacío. Distancia de seguridad infinita con Dios. Durante los meses más duros del Covid las iglesias no cerraron, y aunque sobre el papel había límites de aforo para entrar en ellas los curas no limitaban la entrada en los templos, porque cuanta más gente más euros en el cepillo, y daba igual un contagio más o menos si echaban dinero, mejor era un Euro en el cesto que un viejo en riesgo. Pero todo es debido a lo mismo, a que blasfemar es como cagar en un avión, es soltar la mierda y que no vaya a ninguna parte, que salga por un tubo hacia el infinito, sin destino, y la mierda puede que se disipe en el aire por la fuerza del viento o que caiga, poco a poco, en tu boca.

Amundsen dejó aposta varado su barco en el hielo para aprender a sobrevivir en él. Se quedó dos inviernos a sobrevivir allí en compañía de los inuit, que le enseñaron a restregar con piel de foca los esquíes para que rulasen bien por la nieve. El creía que aquello era una mierda, porque lo que quería era llegar al paso del Noroeste y a los inuit eso les importaba una mierda, ni tenían conciencia de que aquel lugar existía. Tras dos años Amundsen llegó hasta Alaska por el Norte y se inventó la importancia del paso aquel hacia ninguna parte. Tiempo después se marchó al Polo Sur y se dio cuenta allí de lo importantes que eran las mierdas que le habían enseñado los inuit. Se dio una vuelta con sus perros y encontró las tiendas de campaña del gilipollas de Scott con él dentro congelado, porque Scott no sabía ni qué mierda eran los inuit ni el hielo, era solamente un petimetre inglés que confiaba en Dios y no restregar los esquíes con piel de foca muerta. Las mierdas que cagó Scott antes de morir están todavía allí congeladas unas encima de otras como testigo de su hazaña. Echaron unos documentales en la tele cuando era pequeño sobre Amundsen y me quedé maravillado de los huevos que tenía. Montó en un dirigible para intentar rescatar a un compañero y debió pegarse una gran hostia y morir, o igual aterrizó en medio del polo y se quedó allí para no tener que volver a disfrutar de vuestra compañía. Pensar en eso, en quedarme a vivir en el polo yo solo me produce placer, pero siempre me daría por volver a Madrid, yo tendría morriña de Madrid y volvería, porque donde me han enseñado a caminar por el sucio asfalto y por los descampados como los inuit lo hicieron con Amundsen por el hielo.

cucharadas3En Tetuán de las Victorias, en la calle Marqués de Viana, había un mercadillo, un rastro, un poco más pequeño que el de cascorro. Los domingos por la mañana íbamos a allí. Los gitanos vendían ropa una década pasada de moda y fruta medio pocha, y había una churrería en la que nos comprábamos dos porras cada uno y nos las comíamos, y después íbamos a limpiarnos las manos de grasa en la ropa que vendían en cajones o en las fundas de los discos o en los libros, porque también había puestos que venían discos baratos de música cutre y libros que nadie leía. Roberto vendía cintas pirateadas allí. Compraba cintas vírgenes baratas en M.F Discos y discos originales, los gravaba los unos en las otras y vendía el producto a buen precio. La policía municipal hacia la vista gorda, porque siempre han sido unos vagos, en toda época. Y Roberto se sacaba un dinerillo y tenía los discos gratis. Pero tenía muy mal gusto para la música. Eso sí, le gustaba el disco “Kick” de INXS porque en la portada salían unas letras muy guays y un patinete, y eso le debía parecer muy a la moda, pero tenía en el fondo unos putos gustos asquerosos. INXS a mí me parecían una puta mierda, pero luego, mucho tiempo más tarde, me di cuenta de que el drogata de su cantante, Michael, era un colgado como nosotros y que de vez en cuando salían de sus sesera y de sus huevos cosas aceptables, pero ya era demasiado tarde porque el tío se había suicidado, se había escapado por la puerta de atrás como nosotros muchas veces deseábamos hacerlo. Una vez le compré a Roberto una cinta de La Polla Récords, que todavía tengo, pero el disco se lo había prestado su primo. Después hicieron un túnel debajo de la calle, un túnel de esos a ninguna parte que no sirven para nada agujereando Madrid, y aprovecharon para trasladar aquel rastro a otra parte, porque allí íbamos mucha mugre y casi nada era legal, y debía molestarles. Les moléstabamos nosotros, Roberto y los gitanos, siempre les vamos a molestar y si no lo hacemos, si no te molestamos, dínoslo para intentar aplicarnos más en hacerlo, porque nos gusta joderte.

Están reformando el bar de enfrente. Hace cuarenta años vi cómo llegaban Antonio y Manolo, pegaban una capa de pintura al local y se ponían a despachar cañas, cafés y vinos. Estuvieron así durante cuatro décadas, casi sin descansar. Cuando se retiraron intentaron alquilarlo a otros, pero no funcionó, y ahora van a hacer pisos en el local. Las inmobiliarias compran ahora los locales, las tiendas, los bares, para hacer pisos, pisos para pobres, en bajos comerciales. Bajos con una única ventana a la calle, rectángulos como ataúdes con tarima flotante y baño con efecto lluvia todo ello de las calidades más bajas pero lo suficiente como para que sobrevivas en ellos hasta que te mueras por un módico precio de alquiler. Allí los pobres se meten y viven como las ratas, como lo han hecho siempre, sin rechistar, hasta que llega el Dios cáncer y los mata, y entonces se alquilan a otro pobre y así hasta el infinito. Es la cultura del supermercado y de las franquicias, porque ya no va a haber tiendas ni bares, y beber y follar lo vas a hacer después de trabajar en casa. Y si no follas te haces pajas y ya está. Todo en una perfecta igualdad social, sexual y de género, dentro de un mundo justo donde cada uno tenga una vivienda digna. Las inmobiliarias llenan los buzones de propaganda de venta y alquilar de pisos, pisos ataúd para que vivas y te mueras dentro, todo en uno, posibilitando que el tiempo ya no exista y en tu placer mezcles futuro y presenta sin necesidad de distinguirlos.

cucharadas5Quedé con Gaspar para que me invitara a ver el partido contra el Shacktar Donetsk, ironías actuales del destino, el equipo del santo Donbass. Quedamos en la puerta de su antigua casa. Y también estaba la puerta del colegio abierta. Yo siempre había dicho que solamente entraría al colegio si era para quemarlo cont todos dentro. Pero me dijo que venga, que pasásemos a echar un vistazo al antro, y accedí, un poco por los putos viejos tiempos. Accedimos por el orto del colegio. Y sentí el mismo asco de siempre y al segundo volví a tener esas ganas de salir de allí corriendo o de quemarlo hasta los cimientos. Gaspar no entiende aquello de que yo los odie tanto porque él está más acostumbrado a ver aquello allí delante, pero mi casa estaba más lejos y allí dentro es cierto que no pasé ni un minuto en años ni siquiera de paz, siempre viví con el deseo aquel de matarlos a todos. Dentro había una pequeña colonia de curas pederastas que escapaban allí a alojarse huyendo de otros colegios en los que se habían pasado varios pueblos de la raya tocando y follando culos jóvenes. De la existencia de ese grupo de hijos de puta me enteré años más tarde de salir de allí, los veíamos puluar por el patio mirando lascivamente pero no nos lo imaginábamos, y también me enteré de que habían violado a uno de mi barrio que vive aquí al lado y ahora tiene cincuenta años. Intentaban hacer lavados de cerebro a los que iban a su centro de enseñanza, pero en algunos casos conseguían el efecto contrario al síndrome de Estocolmo. Yo soy la persona del mundo que conoces menos propenso a adicciones, porque nunca he creído en absolutamente nada, y eso me protege contra ese síndrome de estar secuestrado y porculeado y sentir placer con ello, y por el contrario siempre he sufrido el síndrome de odiar estar con la gente y de querer quemar los templos que dedican a sus inexistentes dioses. Aunque he de reconocer que sí que estoy secuestrado por Madrid. Barrotes de humo y asfalto. Y si me abrieran la puerta no sabría hacia dónde ir, volvería adentro con las orejas gachas.

A través de toda la maravillosa capa de hollín Madrid grita al cielo, late hacia las estrellas brillantes y asesinas que dan y quitan la vida. Madrid, salvaje y poderosa. Madrid, calles eternas que nos enterrarán y olvidarán. Mistificar Madrid. Madrid.

Cucharadas de tiempo.
Siempre que me marcho
podría ser un hasta nunca.
Prefieres ser culo de león que polla de ratón.
Vivir es volar sin paracaídas y
por mucho que te digan,
que te lo juren,
nadie pondrá un colchón debajo cuando saltescucharadas4
por la ventana.
Ocúpate tú de poner tu cuerpo
y yo lo haré con todo el resto.
Procura guardar
la distancia de seguridad
conmigo
si no quieres follar.
Intentaré sobrevivir
por ti
todo lo que pueda,
todo lo que me dejen
mis pies,
mis huesos
y estas calles
tan sucias
y tú mantente así,
oliendo mucho a sudor
y mintiéndote todo lo que sea necesario,
solo te encargarás de eso
por si alguna vez sucede.
Cagarse en Dios
y en la puta virgen María.
Blasfemar es como cagar en un avión.
El consejo mundial de la ciencia ha descubierto que el centro del universo gira alrededor
de tu culo
y quieren meterte un palo para ver mejor
cómo giran las estrellas
sobre sí mismas.
Observación de ortos y supernovas.
La muerte corre detrás de mi madre
como Usain Bolt. cucharadas6
Pogromo contra los viejos.
Arriaga ya no se habla con Iñárritu.
Tu coche no es un OVNI supersónico pero
los fantasmas sí que existen
aunque no me dieron nunca miedo porque la
noche de los muertos vivientes está en mi propia casa.
Abrir la ventana para ventilar
porque hace un frío polar de verano ahí fuera.
La mejor librería para tu libro es
tirarlo al contenedor de vidrio,
porque hay que salvar al planeta
de toda esta mierda, de tu basura.
Buzones llenos de propaganda
de inmobiliarias que
venden
pisos ratonera y tumbas
para pobres.
Planeta Tierra, ataúd intergaláctico
con preciosa vista a las asesinas estrellas.
Cucharadas de tiempo.
Siempre que me marcho
podría ser un hasta nunca.


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Atravesar el fuego

enero1

El cielo de Madrid es levantarse por la mañana y cuando echas la primera meada mirar al techo y ver las grietas que hay sobre el ya amarillento yeso. Techo de perlas sucias, del color de dientes podridos y rotos. La escayola forma fronteras imaginarias como las de Ucrania o como todas las fronteras, que no son más que anacrónicos inventos de unos mierdas venidos a más que a fin de cuentas se murieron o morirán como el resto. El Dios de la ciudad habita en sucios polígonos indrustriales y en los descampados, en los sucios bares y en las tiendas de los chinos. La china más guapa de Madrid despacha en Plaza de España. Estuvo muchos meses desaparecida, preguntábamos al marido y a los hijos y nos contestaban que estaba mala. El sábado pasado reapareció detrás del mostrador. La saludamos contentos, había vuelto una persona que nos preguntaba qué tal estábamos y a qué dedicábamos nuestras vidas. Los chinos no suelen preguntar nada trascendente porque les importas una mierda seca, tú y lo que te pase. Reapareció nuestras china y la vimos recubierta con un gorro y sin cejas, sin pelo. Se nos cayó el alma al suelo. Una tía tan guapa y tan simpática, una rara avis china, no merece un cáncer. A pocos metros de allí habita en un piso de más de dos mil Euros al mes de alquiler David Broncano, el presentador de televisión, en la Torre de Madrid, y allí abajo está nuestra china jodida por lo que deducimos es un cáncer. Nos sonríe detrás del plástico protector de virus y de la mascarilla, sin cejas, desdibujada, pero sigue estando esa persona allí debajo de toda esa mierda y ese mal. Atravesar el fuego de la quimioterapia o de que la radiología te queme por dentro para ganar unos días, unos meses, unos años a lo sumo, al tiempo.

enero2Cuando el confinamiento medieval de 2020, cuando todos esos hijos de puta nos encerraron porque no sabían cómo meternos sus mentiras y su mediocridad por el culo, tuve que encerrarme con mi madre casi entonces nonagenaria. No me gusta encerrarme, y menos donde no quiero. No fui insumiso en su día por cobarde, me contenté con que me secuestraran como objetor de conciencia, que era un mal menor de secuestro. No tener que soportar al estamento más ladrón e hijo de puta del país raptándote para que trabajes gratis para ellos ya es algo positivo, pero la sensación de que te encierren en un lugar contra tu voluntad sea para el rollo que sea es horrible. Y en 2020 tuve que encerrarme con mi madre para en teoría salvar unos años de su vida. Encerrarse con la persona que antes reía y que ya nunca ríe. Mi madre había tenido una lumbalgia y, como no podía salir de casa, tenía que obligarla todos los días a hacer ejercicio subiendo una escalera de las de limpiar el techo, una y otra vez un rato al día para que pudiese caminar bien un poco de tiempo más. Todos los días escuchando sus protestas y su resistencia a vivir a la fuerza. Transcurrió el mes y medio viendo cómo milímetro a milímetro perdía la cordura sin posibilidad de marcha atrás. Una lucha sin beneficio ni futuro. Atravesar el fuego sin ningún motivo, sin futuro y sin ilusión, solamente por el hecho de que tienes que hacerlo. Va a llegarnos el momento tarde o temprano, da igual correr o no. Mejor tratar de atravesar el fuego, como se pueda.

11 de enero. Me despierto algo aturdido, pero rápidamente me doy cuenta de dónde estoy mirando al techo. Hay manchas de humedad sin repintar y unas estrellas que pegué hace muchos años de esas fluorescentes que coloqué en forma de constelaciones. Me viene, no sé por qué, la imagen de un amigo de mi padre, Paco, que fue frutero en el mercado de La Cebada. Hoy hace dieciocho años que murió mi padre. Fue un domingo por la mañana. Nos llamaron a casa desde el hospital cuando estábamos vistiéndonos para salir hacia allá. Se murió sentado en una silla después de terminarse el desayuno. No nos dijeron que había muerto, simplemente usaron el eufemismo de que había empeorado. enero3Paco, otro frutero más llamado Paco, vivía hace décadas en Vallecas en una casa de esas que se construían por la noche en los descampados para que la policía no pudiera derribártela, si amanecía con el techo cubierto no podían hacerlo. Era más pobre que las ratas y un día de desesperación total reunió cuatro perras que tenía, bajó al mercado de la fruta de Legazpi y compró unas cajas de lechugas, las vendió en la calle y con lo que sacó al día siguiente compró más, y luego más cosas, y al final colocó un puesto estabale en un mercadillo, y más tarde se hizo con una frutería en La Cebada. Le llamaban Sandrini, porque se parecía a un actor italiano de ojos saltones. Se casó con Victoria, que era de Soria y había venido a Madrid a servir y limpiar a los doce años. No pudieron tener hijos. Paco bebía cañas como un cosaco y fumaba como un carretero para matar el rato. Y también fue de putas alguna vez que otra que yo sepa. Nadie sabía cómo había aprendido a leer, escribir y hacer cuentas, porque nunca fue al colegio, y su mujer era completamente analfabeta. Se sacó el carnet de conducir con más de cincuenta años, porque tenía los cojones más gordos que tú hayas visto en tu puta vida, y era un peligro al volante. Y a veces jugábamos a las cartas y yo hacía de pareja con él, y tú te crees que tú eres un intelectual e ingeniero de la nada, y yo ganaba al ajedrez a los mayores, pero él podía contar todas las cartas que había en la mesa de todos los palos y era invencible a cualquier juego y yo nunca he podido hacerlo. Tuvo cirrosis, varices esofágicas y un tumor en la boca por el que le tuvieron que extirpar media mandíbula, pero nunca se quejó. Porque tenía en una uña del pie más valentía que tú y toda tu jodida familia en todo vuestro ser. Lo vi muriéndose en una cama de hospital, sabía que iba a palmarla. Nos lo encontrábamos fumando a escondidas y bebiendo cañas prohibidas hasta el día antes de ingresarlo. Nunca se quejó del dolor, ni del frío, ni del calor, solamente quería vivir, atravesar el fuego. Mi padre murió un 11 de enero y ya ni mi madre ni mi hermana se acuerdan ni por asomo de la fecha. Ya no existen las fechas porque pesan como piedras cuando tienes que saltar todos los días para atravesar el fuego. Pisotear Madrid una y otra vez sin rumbo, sin razón.

Guns and Roses me gustan muchísimo más que los putos Beatles, añadiría incluso casi sin dudarlo que son mucho mejor que esos mierdas de Liverpool, y es un hecho que tenían muchísimos más cojones que ellos. Tardé en hacerme adicto a la voz de Camarón de la Isla de Axl Rose, de hecho al principio de sus tiempos me parecían unos macarras con ganas de postureo. Pero eran grandes, al fin me he dado cuenta. Hacen el suficiente ruido y lo suficientemente ordenado y Axl pega los suficientes gritos como para despertarme y consigo por un rato salir de mi cueva interior. Debieron meterse carretillas de cocaína, pero ninguno de ellos ha muerto todavía. Mi padre era como ellos, aunque sin tatuajes, drogas ni música. Mi padre y sus amigos eran como ellos. Les asustaba el fuego pero no tenían más remedio que saltar dentro, lo hacían sin pensarlo, sin problemas. Llegamos al pie del puerto de Canencia, en la ladera norte, y en el cártel ponía “con cadenas”. No pusimos las cadenas hasta pasar el pueblo, donde vivían dos amigos de mi padre que tenían un bar en la calle Villaamil y que ya están más muertos que Carrarcuca. Los tíos de Canencia aguantan muy bien el frío, por la cuenta que les trae. Seguimos subiendo y al enero4atravesar la cima los bajos de los coches ya tocaban la nieve, hacían un ruido como si rascasen suelo blando. Dejaron caer los coches sin que se viera a más de dos metros de distancia y cuando llegamos a la parte baja de la cuesta de los chalets de Miraflores el cartel de entrada al puerto lucía glorioso en letras rojas “CERRADO”. Mi padre nunca conoció a Guns and Roses, le gustaba martirizarnos en el coche con corridos mejicanos. Le gustaba mucho esa canción que dice “pero sigo siendo el rey”. López Obrador, eres un hijo de la gran puta.

Tengo dos fortalezas en las que recluirme a resistir el asedio. Una es Madrid. Otra es mi interior. Cada vez necesito menos, solamente a él, la cueva infinita y absoluta. Me meto dentro y paso noches enteras en las que duermo sin dormir, y días íntegros en los que reboto como una piedra plana lanzada fuerte sobre el agua del vivir. Fortalezas en la tormenta, cohetes supersónicos que ayudan a atravesar el fuego universal. Me meto dentro y veo a mi padre a través de mis ojos, como un reflejo igual a mí. Ve a través de mis ojos y yo lo veo a él. Sus cenizas están aquí, debajo de la silla, y de todos los seres del puto universo yo soy el único que es consciente de que están ahí guardadas. Pelear o no pelear, dormir para atravesar el fuego. Dormir como forma de pelear. Pepo, el amigo de mi padre, trabajó una época como camionero. Llegaban él y su copiloto a un pueblo y se metían el bar a comer bazofia y a beber vino, y si alguno les miraba mal gritaban “aire” y se montaba una pelea. Pepo tenía los puños como mazos y su compañero llevaba un anillo de esos gordos que llevan una piedra pero sin piedra, para meterlo hasta el ojo en los puñetazos. Hacían destrozos entre los mozos de los pueblos cercanos a las carreteras. Una vez se peleo con un gitano debajo de mi casa, y cuando le iba a patear la cabeza vino la mujer del gitano, sujetó a Pepo por detrás y el gitano le metió un puñetazo en un ojo y pudo huir corriendo al verle aturdido. Pepo tampoco conoció a los Guns and Roses, y si llega a hacerlo los hubiese aborrecido y hubiese viajado a Estados Unidos para pegarse con ellos. Nunca tuvo tres pesetas juntas, sólo sus puños y un coche, y podía saltar perfectamente a través de las brasas, sin pensárselo. Una vez tenía hambre, cogió una seta del suelo, la calentó con el mechero, o más bien la requemó, y se la comió mirándome con una sonrisa en la boca. Murió caído en el suelo en una esquina de mi barrio, con los zapatos callejeros puestos. Sitting Bull de la calle Margaritas. Orgulloso Toro Sentado, toro tumbado sobre el asfalto.

Tengo que hablarte de Madrid. Ellos están aquí. En las calles. Me protegen y se ríen de mí desde las sombras. Me ayudan a atravesar este puto fuego de Madrid. Tu dinero, tus viajes al fin del mundo, tu familia perfecta, tus fotos aparentando felicidad, no pueden ayudarte cuando te toca saltar a través de la hoguera si te llega el turno. Ahí hay está tu todo y tu nada. Me cuesta un mundo hacer cualquier cosa, levantarme de la cama es jodido. Miro al techo y los veo mirándome a través de las grietas, riendo y bebiendo. Me dicen que siga caminando, con un pie detrás del otro, una y otra vez, una y otra vez, me gritan que allí detrás no hay nada pero que hay que seguir andando con cojones y por cojones, y hay que hacerlo erguido y sin tener miedo, y si lo tienes deberás meterte bien dentro y desde allí saltar con todas tus fuerzas a través del fuego. Madrid, nos despediremos sin hablar la última noche. Madrid.

Atravesar el fuego con
una luz al otro lado,
un espejismo,
un falso reflejo.
No quiero vivir sin discutir,
no quiero vivir sin gritarte
sin pelear y sin odiar.
Cuéntame lo que quieras como excusa.
Pelear y odiar, pelear y odiar.
Tu corazón es gris como el suelo de la calle,
es imposible que me engañes
pero así te quiero.
Sentirse seguro oliendo paredes con aroma a meado de perro.
Guns and Roses son mucho mejor que los Beatles,
aparte de mucho más hijos de puta. enero5
Con todo tu dinero no puedes conseguir
atravesar el fuego,
vas a quemarte quieras o no quieras.
Dios de polígono industrial.
Ángel de descampado.
Hacer todo por cojones con
dolor de piel.
Morir entre la belleza
del Dios cáncer.
Dios es cáncer.
Varices esofágicas mirando la puesta de sol.
Selfies de úlceras de estómago
bailar con omeprazol en vena
por un mundo mejor.
Sabes que en esta vida no podremos estar juntos
que está jodidamente difícil
porque hay que atravesar el fuego
hacia un agujero muy
oscuro
sin rechistar ni quejarse
el tiempo pasa, ha pasado y pasará
a toda hostia y sin pensarlo
y ya no va a poder ser
lo nuestro.
Toca joderse,
poner un pie detrás del otro
pelear a puñetazos y
atravesar el fuego.

>Dedicado a tí, si eres capaz de verte ahí dentro, La respuesta es sí...<


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Diciembre

diciembre1

Madrid. Ayer se murió Pepita. Tenía 92 años. Hacía tiempo que apenas podía caminar. Era una señora simpática y dicharachera. Caen como fichas de dominó, como un castillo de naipes, como un pin pan pun callejero en Madrid. Toda una generación que ya no está. Sólo queda mi madre y tres gatas más, aunque ella nació cerca de Guadalajara. No me atreví a comentárselo, lo de la muerte de Pepita, porque sacar cualquier tema que aporte negritud a su día a día, ya de por sí del color más oscuro entre los oscuros, acarrea aún si cabe más desánimo. Hay mucha oferta de desánimo por aquí, y poca demanda, hay más desánimo que longanizas y se paga inversamente proporcional al precio del puto gas natural del cabrón de Putin. Dejé que continuara viendo “La ruleta de la fortuna”, verlo sin escucharlo ni hacerle el más mínimo caso. Porque ahora mi madre tiene la capacidad de observar las cosas impertérrita sin verlas, como si estuviera mirando al hombre invisible. Nos sentamos al lado suyo en la mesa de la cena de nochebuena los pocos, dos, que quedamos de nuestra casi extinta familia de sangre, y nos dijo que no se acordaba de nosotros de pequeños ni de sus hermanos. Nos mirábamos incrédulos, porque los ancianos son como Pedro avisando de que viene el lobo y nunca sabes cuando viene o cuando son ganas de llamar la atención. Y vi cómo se me venía el mundo encima, cómo frente a mí se encontraba una persona que es ahora mismo como un precipicio al que estoy a punto de caerme, y Roy Batty no vendrá a sacarme agarrándome con fuerza de la muñeca. El dolor lo es todo. Ser consciente del dolor es como llevarlo dentro elevado a la enésima potencia y que esté tan pegado a tus huesos que no haya agua caliente ni Fairy ni estropajos suficientes en el mundo para poder despegártelo.

Es difícil sentir el precipicio, y la soledad que conlleva. Por mucho que entrenes nunca conseguirás tener el hematocrito suficientemente alto para resistir toda la prueba de esfuerzo que es la olimpiada del dolor. El dolor del tiempo. Pregunté a Mincholed que había sentido cuando le pegó el otro día el jamacuco. Me contestó que una punzada fuerte a ambos lados del esternón, pero que no le había faltado el aire. Cuando veo a mi madre así me falta algo la respiración, mi madre es un Covid viviente en realidad. Saqué una caja donde guardé las fotos antiguas para que no me las robara mi hermana, y pensé que sería una buena terapia para la memoria. Pero ni siquiera sonrió, me dijo que me las llevara, que se ponía muy nerviosa al mirarlas, que no quería ni verlas. Me dejó atónito, siempre le gustaron las fotos antiguas, la diferencia es que los que salían en las imágenes estaban antes vivos y ahora están casi todos fiambre. Hay una foto en color sepia que me encanta, en la que todos los actores a excepción de mi madre están bajo tierra, o hechos ceniza, y hay unos veinte personajes en la escena.

diciembre2

Hay días que me ahogo un poco, y necesito salir a Madrid. Tengo la suerte de que puedo pedalear y alejarme, o meterme en una isla de bosque rodeada de autopistas. Ahora ese lugar es un poco más mi hogar que mi cueva, porque allí me refugio. El 16 de diciembre tuve una de esas sobremesas en la que me falta el aire. Y salí a rodar un rato para boquear algo el aire contaminado de Madrid. Ha llegado un momento, una hora, un año, un segundo, en el que ya no sé salir del agujero, no se ven los rebordes, están demasiado altos, y por mucho que bracee no logro agarrarme y saltar fuera. Antes lo conseguía sin demasiado esfuerzo, pero la balanza del tiempo, que se agota, pesa ya casi más en este lado, y me arrastra. Y entonces me bajé a ese bosque y aún en ese lugar no conseguía respirar. Empezó a hacerse de noche y tuve que enchufar unos faros que me compré durante la primera salida del confinamiento del Dios Covid, cuando nos hacían salir de casa casi cuando se ponía el sol para jodernos un poco, porque se ha demostrado palpablemente que solamente sirvió para volvernos un poco locos y para ponernos de mala, muy mala, hostia, y empecé a diluirme en tu negrura gris, pero ni por esas conseguía escabullirme del pozo negro que tengo dentro. De repente, empecé a bajar desde el Lago a Puente del Rey, y allí estaban.

El edificio de España fue inaugurado el 6 de octubre de 1953. La Torre de Babel de Madrid cuatro años más tarde, el 15 de octubre de 1957. Miden 117 y 142 metros de alto. Tampoco es que sea gran cosa. Vino un chino hace unos años y le vendieron el edificio rechoncho de España, y el hijo de puta quería tirarlo y hacer una mierda nueva. Yo hubiese sido capaz de matar a aquel puto amarillo. Porque quiero tanto a esas dos moles que sería capaz de asesinar por ellas. Me dí cuenta el otro día bajando la cuesta hasta Puente del Rey, con un cielo azul crepuscular eléctrico de fin de la tarde de fondo, entonces me di cuenta de que esos dos gigantes son como dos personas para mí, como dos familiares, y muchas veces yo te digo que sería capaz de matar por algunas personas, que no dudo que lo sería, y tú no te lo crees pero es la puta y la pura verdad, te lo aseguro. El Edificio de España tiene ahora su fachada toda limpia y refleja la luz como si fuera un pastel por la tarde, y la Torre de Babel está más sucia, pero esbelta y más gris es como una amiga muy zorra y estirada a su lado. Me gustan muy zorras y estiradas. Y estoy tan jodido que casi se me saltan las lágrimas mirándolos, así, en plan cursi barato, pero es que hace tiempo que no tengo lágrimas, porque es como si me las hubiesen robado, pueden clavarme un cuchillo que no me salen, podrían incluso ir al fisio y que me retorciera los huesos sin que me brotaran, es un superpoder que no quiero, prefiero ser llorón como cuando me llevaban al colegio por la mañana de pequeño y siempre vomitaba porque creo que la leche me sentaba mal, y potaba un día tras otro sin remedio, y allí estaba todo aquel charco en medio de la clase cubierto de serrín y yo me sentía una puta mierda. Ahora controlo el vómito muy bien, gracias a todo ello, a aquel pasado, y sin apenas esfuerzo puedo observar todas vuestras putas caras sin que salga un torrente de mi boca como un volcán de ácido estomacal al ver vuestras vidas y la grima que dais con vuestros alardes de gilipollez.

Salí de Puente del Rey y tomé la calle Aniceto Marinas, que no sé quién coño sería el tal Aniceto, quizás otro gilipollas de aquí como yo, y miré hacia la izquierda, y todo el cielo estaba morado. Sí, totalmente morado. Porque a veces, unas cuantas, el cielo de Madrid está naranja fosforito por las tardes, gracias a la sequedad ambiental con alguna nube alta y a la bendita contaminación. Pero el 16 de diciembre se había vuelto morado. Y seguí pedaleando por la ribera del mugriento río que es mi río donde han habitado tribus ocultas desde tiempos inmemoriales, seguí dándole al manubrio co los pies lentamente, porque el cielo estaba emocionante, y por un momento me sentí un privilegiado, por poder caminar por aquí y ver estos cielos que seguramente tú no puedas ver aunque los tengas delante. Y cuando estaba casi parado sucedió aquello: oí cantar a un petirrojo.

diciembre3

Los árboles y los pájaros son lo mejor del mundo. Vosotros sois unos mierdas en comparación con ellos, que son verdaderas buenas personas. Podría vivir sin que estuvieseis dando por culo todos los días, pero no sin árboles y pájaros. Busqué audios con el canto de los petirrojos para poder saber que están allí. Los escuché una y otra vez estas últimas semanas con unos auriculares al estilo como cuando aprendí a escribir a máquina en Mecarrapid, y por fin he conseguido reconocerlos entre los otros ruidos de la ciudad. Y están allí. Hay un vecino cerca de mi cueva que se fabricó una jaula enorme que le ocupa todo el balcón, y el hijoputa tiene allí unos cuantos pájaros que cuando aparcas debajo te cagan todo el coche. Y quiero subir un día y cuando abra la puerta meterle una hostia y romper la puta jaula, porque los pájaros no son para estar así, confinados, hijo de puta, eres un vecino que se parece a un político o a un policía, y a esos hay que darles de hostias y soltarles los pájaros confinados. Pues cuando estaba casi parado escuché en la otra orilla a un petirrojo cantar, haciéndose de noche, con el cielo totalmente morado, y otra vez casi se me saltan las lágrimas como ahora le pasa a Daniel Prieto, que es un puto gallego muy sensible, a veces aún más gracias al alcóhol. El canto de los pájaros, la inteligencia de las aves, todo ello muy superior a la vuestra, hijos de puta, que día tras día me sorprendéis más con vuestras imbecilidades de listorros con seis años de carrera. Hay tanto soplapollas con seis años de carrera que sería un buen tema para escribir una tesis doctoral, y al terminar de leerla ante el tribunal estampársela en el jepeto a los que te examinan, porque cualquier pájaro o cualquier árbol tienen mucho más raciocinio que todos los que van o han ido a la mierda de la universidad, mercado y escaparate de la mierda humana con pretensiones por excelencia. El petirrojo soltó sus pío píos un ratito, y empecé a arrancar, porque por esta puta ciudad resulta peligroso ir en bici de noche, aunque tengas los cojones como los tengo yo cuando me subo en una, que los tengo como el caballo del Espartero, todo hay que decirlo, y que si me pitas te parto la cara en varios trozos. Mucho pitos y pocos pájaros cantando.

Me encontré un petirrojo muerto el otro día en la puerta de un aparcamiento. Lo tiré a un contenedor para que nadie más lo viera así. Yo pensé que los petirrojos eran inmortales. Dicen que son los pájaros de la vida, que traen buenos presagios cuando los ves. Apareció uno en una rama, de repente, junto a mí, paseando por los Jardines del Príncipe en Aranjuez. Estuvo allí un rato, en silencio, sin piar ni cantar, posado en la parte baja del tronco de un árbol, a apenas un metro de mí. Pájaros de vida, petirrojos vivos y petirrojos muertos. Aunque no los vea más que muy de vez en cuando, porque son muy pequeñajos y se confunden entre la hojarasca porque tienen la espalda parda, ahora puedo oírlos entre un mar de ruidos. Y después de ver al pequeñajo fuimos a saludar al plátano de la Trinidad, que es un árbol enorme amigo nuestro que tiene unos doscientos cuarente años de edad y que es una de las tres cosas más impresionantes de Madrid junto con la silueta de la Torre de Babel y del Edificio de España al atardecer. A veces me han sentirme afortunado entre la miseria. Los árboles me dejan mear al lado de ellos.

Hay que estar muy entrenado en la soledad para tratar con la gente de forma justa. Hay que haber aprendido a echar de menos y a echar de más. No se puede tener nada que perder en ese trato con los demás, tienes que aceptar lo que viene, el rechazo o la pérdida de memoria, la soledad, y que todo te resbale, esa es la forma más justa de vivir con la gente en esta ciudad, de presentarle tus respetos y tu afecto a los que lo merezcan, a los árboles, a los pájaros y a Madrid. Igual me ves mañana pedaleando por ahí, y no sé si es mejor que te acerques o que no. En todo caso, no me pites, salvo si eres un árbol, un pájaro o el cielo de Madrid.

 
Feliz vanidad.
El pasado ya no existe,
del futuro solo ves lo oscuro de su espalda.
Tu corazón late dentro
de la M-30.
Caminar a puñetazos.
Lo mejor del mundo es respirar tu sucio aire.
Síndrome de Estocolmo-Madrid
hasta el infierno de tu cielo.
Vivir es llevar las zapatilla sucias y
echarte de menos.
El carro tirando del burro
mientras vosotros
estáis
encantados de
conoceros.
Alemanes cagando libres en Mallorca,diciembre4
mientras en tu calle despachan los del
banco de
alimentos.
Lágrimas que pesan toneladas,
como riadas
que lo arrastran todo
hasta el mar podrido.
Torre de madrid allí al fondo,
Edificio de España Sancho Panza.
tu Torre de la puta babel,
al menos es tuya y jamás será la de ellos.
Estar vivo es
que el cielo esté morado por la tarde
en Madrid.
Nadar sin guardar la ropa,
porque no hay nada que guardar.
Petirrojos palmándola al anochecer, '
pájaros muertos
después de estar vivos.
Vivir es llevar las zapatilla sucias,
echarte de menos
y echaros de más.
Cantábamos que olía a cerdo en el Calderón mientras los
Ángeles de Harlem vendían mierda en el Retiro.
Lo mejor del mundo es beber tu agua contaminada.
Ir por Madrid como una patata frita en aceite
con churros en los bolsillos atados con un junco.
Madrid
mi freidora de carne
con aceite siempre muy usado.
Fritanga humana.
Viento que si ya no hiela ni arde
no vale la pena.
Meadas ácidas en los árboles y en las farolas.
Cambiaron tus héroes por fantasmas.
Se marcharon todos,
no dejaron nada
en pie,
pero da lo mismo porque estás tú siempre.
Cansados y sin aliento.
Síndrome de Estocolmo-Madrid
hasta el infierno de tu cielo.
Vivir es llevar las zapatilla sucias,
echarte de menos
y echaros de más.
Hubo noches que me acostaba a las cuatro y me despertaba a las cinco,
y hombres del tiempo que predecían siempre huracanes,
y mujeres que no enseñan las tetas en el cine,
que follan con las bragas puestas y el sujetador,
y payasos tristes a los mandos,
y el tiempo que no espera
y nunca miente.
Espídico y lento.
Mear en las esquinas
y que llegue el afluente hasta el río.
Lo mejor del mundo era abrasarse en tu sol y congelarse en tu invierno.
Libertad de salir
corriendo por la ventana,
salto de altura inverso
hasta el patio interior
y dar las gracias por existir y
no decir ni hasta luego.diciembre5
Síndrome de Estocolmo-Madrid
hasta el infierno de tu cielo.
Vivir es llevar las zapatilla sucias,
echarte de menos
y echaros de más.
Partirte la boca de un puntapie
aunque ya no queden dientes,
hace tiempo que se rompieron.
Antes sangraron las encías
porque el Profiden era demasiado caro y el
bruxismo se puso de moda.
Salir a la calle a la hora que no hay nadie es la mejor hora para salir.
Acostumbrarte a ceder siempre el paso
a ser siempre el último,
hacerse hombre para ser lo mejor
de lo peor.
Borrar las huellas
para ser invisible.
Hubo muchos días que me levantaba a la una y que solamente comía perritos calientes.
No respirar para no ser escuchado.
hasta el infierno de tu cielo.
Vivir es llevar las zapatilla sucias,
echarte de menos
y echaros de más.
Feliz vanidad y
próspero año viejo.
El pasado ya no existe.
Síndrome de Estocolmo-Madrid.



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