Yo voté a Sid Vicious (Somalia)

Madrid. Recuerdo los veranos de los años setenta y ochenta como con una especie de neblina encima. Neblina que transporta arena marrón sobre un viento que quema. Veranos polvorientos y achicharrantes dentro de esta gran picadora de carne que es Madrid. Veranos de no hacer nada, de aburrirse, de caminar por descampados y por tierras aún casi desconocidas. Debajo de mi casa había un ángel. Ángel, el frutero. En realidad había dos fruteros en el barrio. Ángel y Paco. Eran las dos caras de una moneda. Ángel parecía siempre callado apollado sobre el quicio de la puerta de su frutería. Paco me gritaba cuando pasaba por delante de su destartalado escaparate. Ángel pasó casi cuarenta años despachando fruta bajo mi balcón, pero apenas cruzamos dos o tres palabras. Me miraba raro, y eso no me gusta. No era muy simpático. Llegaba a las siete de la mañana, primero del mercado de la fruta de Legazpi y más tarde de Mercamadrid, aparcaba su Renault y dormitaba hasta la hora de abrir. Madrugaban mucho los fruteros, tenían que salir a comprar a las tres y media de la madrugada para pillar buen género. Ángel no pisaba nunca el bar de enfrente. Paco era otra cosa. Llegaba media hora más tarde y se metía directamente al bar a tomarse un coñac.
Después abría la tienda, y antes de empezar la venta volvía al bar a tomarse otro. A media mañana otro, y entre horas caería algún otro. Así se mantenía caliente. Ángel lo observaba desde su puerta pasar. Las dos tiendas estaban apenas separadas por treinta metros de acera. La fruta de Ángel lucía esplendorosa, de colores vivos, bien colocada. La de Paco era otra cosa. Era más de batalla, porque la elegía con menos cuidado. Le importaba a Paco menos la tienda. Abrazaba a las clientas, cosa que Ángel jamás hubiera hecho. Paco olía a coñac y a sudor. Ángel no sé cómo olía porque nunca me acerqué a él. La gente decía por lo bajini que Ángel era maricón. Él era algo fino, callado e incluso amanerado, pero tenía mujer y dos hijos. Su mujer vino del pueblo de mi padre a Madrid y se cambió el nombre. Tuvieron una hija aproximadamente de mi edad. Era simpática, pero no jugábamos con ella, no sé por qué, quizás porque su padre nos parecía callado y raro. Después tuvieron otro hijo. Un niño que nació con parálisis infantil. No podía caminar ni apenas hablar. La gente decía que era tontito. El chaval no era tonto ni mucho menos. Dicen ahora en el barrio, con estúpida admiración de idiotas de los de verdad, que tiene un buen trabajo y que se sacó una carrera. Pasó su infancia en la puerta de la frutería sin que nadie hablara con él, sólo lo escuchábamos balbucear como si fuera el hombre elefante. Y el pobre no era tonto, ni mucho menos, nosotros éramos los realmente gilipollas. Lo llevaban en un carrito de niño hasta que ya era muy mayor. Siempre sonreía, al contrario que sus padres. La gente, siempre maledicente e hija de puta, contaba por lo bajini que su madre había tenido un accidente de coche conduciendo su hermano cuando estaba embarazada, y que el niño había nacido tontito por éso. La gente hija de puta de Madrid. Varios millones de hijos de puta. El niño no era tontito. Vosotros sí que sois unos gilipollas integrales. Paco no tuvo hijos. Siempre estaba alegre, puede ser que por el coñac, seguramente. Un coñac, otro, otro, otro, otros tres o cuatro. Coñac, nectar de vida. Soberano, Terry, Centenario Terry, Napoléon y otros nombres de rey a cada cual más rimbombante. Cuando cambiaron el mercado de la fruta a Mercamadrid tuvo que sacarse el carnet de conducir y se compró un 1500 destartalado que se caía a cachos. Se compró una escopeta y fuimos de caza un par de veces con él. Pero no acertaba ni un tiro, no cazaba nada, puede que fuera por el coñac, porque fuimos de caza con una bota de vino mezclado con coñac. Se le daba mejor la pesca, era campeón regional de pesca, si es que de éso se podía ser campeón. Ángel hizo ahorros, pero Paco, con su fruta de batalla, vendía menos, y ahorraba menos. La fruta de Paco era más barata, lucía menos porque a él le importaba mucho menos el género que a Ángel. Si querías comer algo bueno se lo comprabas a Ángel, si querías hablar con alguien a gritos y carcajadas ibas a Paco, te vendía tres naranjas un poco pochas, te regalaba perejil, pegaba tres risotadas y te daba cuatro abrazos antes de marcharte. Me gusta el olor a coñac y a sudor, no me gusta el olor a colonia ni a maricón. No digo a homosexual, sino a maricón. Llegaron los años noventa y los hijos de la gran puta de los socialistas eran partidarios de abrir centros comerciales y supermercados. Alfonso Guerra es un patán ignorante que va de erudito, y no es más que un gilipollas más al que adulan porque es feo. Los socialistas tenían de socialista sólo el nombre, en realidad son unos hijos de puta más. Y las tiendas fueron cerrando, y los fruteros jubilándose, un poco a la fuerza, a la fuerza que marcan los políticos hijos de perra. Paco tuvo que cerrar porque no vendía casi nada. Siguió yendo con su mujer de pesca los fines de semana hasta que ella comenzó a sufrir Alzheimer. Ángel se fue a vivir a Pittis, a tomar por culo,
yo creo que porque no le gustaba la gente del barrio, con razón, porque eran unos cabrones que decían que él era maricón y su hijo tontito. Me gustaría un día hablar con su hijo, de lo hijos de puta que fuimos con él. Paco sigue viviendo por aquí. Ronda ya los noventa años. Lo veo a veces caminando por la calle, siempre presuroso y a la carrera, como cuando era joven, sigue entrando en los bares a tomarse un coñac detrás de otro, abraza a la gente y pega grandes carcajadas. Cuando Paco cerró la frutería todos se preguntaban de qué iba a vivir, porque se veía que apenas había ahorrado. Le quedaban un par de años para cobrar una mísera jubilación. Se veía en sus maneras, en sus ropas que Paco no marchaba económicamente muy holgado. La gente murmuraba de ello como siempre, en plan hijos de puta. Hasta que una navidad le tocó la lotería. Un buen fajo. Un fajo gordo gordo. Porque Paco era de los que se compraba un número entero. Y desde entonces se ve que no le falta dinero. Se compró un Mercedes de los grandes. La gente flipaba viéndolo conducirlo. Es una de las cosas que me hacen sonreír en este jodido mundo, saber que Paco sigue bien rondando por los bares para tomarse su coñac, que está forrado y que se compró un Merceces para que os jodáis al verlo. Hijos de puta, ahora podéis hablar, de Paco, de Ángel e incluso de mí, todo lo que os salga de los cojones. Hijos de la gran puta. Vi a Ángel empujando por Bravo Murillo la silla de su hijo curentón. Tiene ya casi ochenta tacos pero sigue con su pinta aseada. A Paco lo veo de vez en cuando entrando y saliendo de los bares como un cohete. Pronto cumplirá los noventa años. Le pregunto a mi madre por él. Me dice siempre que su mujer está con alzheimer, que cuando la ve la abraza, y que le tocó la lotería, muchos millones, y que se compró un Mercedes. De Ángel me habla en tono más despectivo, insinuando siempre que es maricón y destacando que su hijo el tontito en realidad es muy listo. Siempre lo fue. En Madrid somos muy hijos de puta. La gente hija de puta de Madrid.
Miles de kilómetros.
Las putas calles ardiendo.
Puré de patatas
tortilla francesa con cebolla
y guisantes
rehogados.
Aunque yo quiera
y tu me lo pidas de rodillas
no podré hacerlo
nunca.
Somalia.
Mi hermana compra un perro
y cuando
se hace
viejo
yo tengo que ir a sacrificarlo.
Me acuerdo de su cara
mientras lo matan
me mira a los
ojos
hasta que se duerme
para siempre.
Océanos de tiempo
eterno
que pasa despacio
o muy deprisa.
Jugando a no ganar
aprendiendo a perder.
Sincéramente:
que os follen.
Miles de kilómetros.
Las putas calles ardiendo.
Espaguetis sin tomate
secos
con pimiento frito,
queso emmental semental
y taquitos de jamón.
Una doble penetración
te ha hecho
tu mujer con su nuevo
novio.
Soñáis con viajar a
Somalia.
Ella es feminista
de izquierdas y
solidaria
e hija de puta.
Con tu culo solidaria.
Solidaria rima con
Somalia
paraíso turístico en la Tierra. 
Muy solidaria y muy
puta.
En los mítines y manifas
hay muchas
putas
así
y muchos hijos de
puta
como tú que
viajan,
cornudos,
en verano a La India
a hacer el bien y
selfis.
Haciendo turismo por los suburbios de Delhi
follándose putas sidosas en Mogadiscio.
Jugando a no ganar
aprendiendo a perder.
Sinceramente:
que os follen.
Miles de kilómetros.
Las putas calles ardiendo.
Arroz largo
del que no se pasa
nunca
con un poco de curry,
cebolla y
chorizo en
lugar de pollo,
o de tu polla.
No hay que cambiarse de hemisferio
hay muchas muchas muchas
y muchos
hijos de puta
aquí.
Folladores prosoviéticos
en folladeros
de chalet adosado,
pajilleros sensibles de concierto de
Marlango con
la zorra de Jorge
Drexler
encantada de conocerse.
Encantado de conoceros.
Segunda copa gratis
en todos los bares de Mogadiscio.
Jugando a no ganar
aprendiendo a perder.
Sincéramente:
que os follen.
Miles de kilómetros.
Las putas calles ardiendo.
Concursos de la tele.
Todos sueñan con viajar por el mundo
para hacerse selfis y
soñar con follar con
el vecino.
Cuando tu marido te folla
piensa en sus tetas
y tú notas que
te pone otra cara
mientras se le endurece.
Soñar con
Somalia
destino turístico
solidario.
Dejas a los niños con los abuelos
tu padre de pequeña te
amaba y
te metía mano.
Has hecho lo posible por olvidarlo.
Dices que su semen sabe a
escalibada de castañas
caramelizada
y a trufas del Sur de Francia.
Campos truferos en
Somalia.
Hay que ser hijo de puta
para vivir en
Somalia.
Follando por las calles
de Mogadiscio.
Encantado de conoceros.
Jugando a no ganar
aprendiendo a perder.
Sincéramente:
que os follen.
Pero ahora que me acuerdo, sí que voté una vez. Una sola. Yo voté a Sid Vicious. Me gusta esa escena de “La mugre y la furia” en al que Sid aparece en un parque con una camiseta decorada con una esvástica y sobresalta a un tipo bigotudo que descansa sobre una hamaca. Vicious se parecía a Punkoi, aquel punki del fondo Sur del Bernabeu al que una vez vi lanzar una botella sobre la cabeza de un recogepelotas en el Parque de los Príncipes. Hasta los nazis que predominaban en nuestro estadio adoraban a Punkoi, deseaban ser como él. Nancy Spungen tenía una tremenda pinta de zorra y de guarra, por eso resultaba tan atractiva para él. Sid era guapo y sin ninguna neurona funcionando, era maravilloso, encantador, un líder nato. Y tenía una gran mujer al lado, como todo gran hombre. Todo cabrón tiene una gran puta a su vera. Si hubiese durado más tiempo sobre la tierra Sid y Nancy se hubieran comprando un chalet en La Navata con una garita de la Guardia Civil en la puerta. Pero ellos tenían la dignidad de ser yonkis, no un par de gilipollas con pretensiones de salvar al mundo. Si Sid hubiese sido homsexual hubiera tenido un romance con Santi Abascal, alias “bocachocho” en los bares de osos de Chueca.
Yo voté a Sid Vicious
para presidente del gobierno
para alcalde
para ser mi representante político
en toda la superficie de La
Tierra.
Yo voté a Sid Vicious
para que Nancy Spungen fuese
primera dama,
porque Nancy era como
Jackie Kennedy pero
en una versión mucho más
puta y cerda
si cabe.
No habría cáterings ni
alabanzas gilipollas estilo Podemos
en los mítines,
solamente chutes.
¿Por qué no se mueren todos
de una puta vez?
Yo voté a Sid Vicious
para que invitara a heroína
y cocaína
a los Voxemitas Keynesianos y a los Podemitas
soplapollas
porque era el único ser que
podría unirlos en una coalición
que fuese hacia la extinción,
el único capaz de comprarse una pistola y
matarlos a todos sin
odio ni conmiseración,
con la mente en blanco.
La solución final.
¿Por qué no se mueren todos
de una puta vez?
Yo voté a Sid Vicious para
que le vendiera droga
adulterada
a Iñigo Errejón
y se muriera
con dolor
el cabrón
y para que pasado de espid
se follara a Manuela Carmena.
Hay que tener el estómago que sólo
Sid tenía cuando
iba ciego
para tocar siquiera con un palo largo a esa puta y arrugada vieja. .
Manuela gozaría por última vez del
sexo
antes de morir
gracias a Sid
porque su marido
el tío feo y viejo ése
es
impotente desde que
perdió toda la pasta en un pelotazo inmobiliario
en China, el gilipollas.
¿Por qué no se mueren todos
de una puta vez?
Yo voté a Sid Vicious
para que un día puesto
de perico
se afiliara a VOX y
defendiera las corridas de toros
y las corridas en tu cara,
y la caza cinegética de jipis
en otoño.
Promulgarían un decreto ley para
torturar al cantante de Cold Play
descuartizarlo,
y sodomizar al de Arcade Fair
con una farola.
Nancy Spungen se parecía mucho a
Isábel Díaz Ayuso
Yo voté a Sid Vicious porque 
Nancy Spungen era tan preciosa,
tan bella
como Inés Arrimadas y tan
puta como Irene Montero
sobretodo cuando
Nancy iba puesta de heroína
y se le extraviaba un ojo regañado con el otro.
Gracias a Sid y Nancy
hubiesemos visto practicarle la eutanasia a
Felipe González
ese viejo hijo de puta,
y torturar al comemierda de Aznar,
el David Koresh del PP;
prohibiría que
Albert Rivera se follara a Malú
amordazada,
que se joda y la escuche chillar,
le obligaría a descubrir que
sin maquillaje no es más que
otro transexual del montón.
¿Por qué no se mueren todos
de una puta vez?
Yo voté a Sid Vicious
porque prometió campos
de concentración
en Centroeuropa
para internar a judios
comunistas
y a los Ketama, a toda la familia
Carmona.
Y Nancy Spungen iba a
ser la primera mujer presidenta
puta
y yonki
al
mismo tiempo.
¿Por qué no se mueren todos
de una puta vez?
Madrid me guía, nada me faltará. En sus lugares grises me hace descansar, junto a las podridas mansas aguas de su río me conduce. Restaura mi alma, me guía por senderos torcidos por el amor de su nombre. Aunque pase por sus calles de sombra a la muerte no temeré, ni mal alguno, porque Madrid está conmigo, su vara y su cayado me infunden aliento. Madrid prepara su mesa delante de mí, en presencia de mis enemigos, ha ungido mi cabeza con aceite usado, mi copa está rebosando, soy capaz de beberlo. El bien y la misericordia me perseguirán sin alcanzarme todos los días de mi vida, y en mi cueva moraré hasta el fin, mi cueva es Madrid. Madrid. Cuando oscurece en Madrid me siento en casa y seguro, aunque todo arda. Yo soy Madrid y de Madrid.


. Ha habido crueldad. Ha habido maldad, a secas. Han habido hijos de puta y santos, y santos hijos de puta. Pero lo que menos soporto no es todo ello. Lo que no aguanto es a las personas que ríen cuando creen que deben reír y que no paran de decirme cuando yo debo hacerlo o cuando debo sentir algo. Personas que aman el carnaval, la máscara de a diario. Personas que dicen que se divierten, que tratan de aparentar disfrutar. Carnaval, carnaval, hijos de puta del carnaval. No me van los disfraces ni los disfrazados. Prefiero el genocidio al carnaval.
do que era un hijo de puta, el ministro, porque no me hacía caso. Este final causaba sensación y cabreaba a la mayoría. Conseguí varios miles de amigos, pero finalmente denunciaron el perfil y lo eliminaron. Una amiga me dijo que el yerno del expresidente era un hijoputa y denunciaba a quien le suplantara. No me denunció, pero eliminaron el perfil, a la identidad de su suegra también, tenía ya varios miles de amigos, pero los eliminaron los esbirros de zuckerberg. Lo que más me dolió fue cuando, tras varios años, se cargaron el perfil del presidente del club de fútbol más grande del mundo, también empresario de éxito. Le tenía cariño. Rápidamente consiguió cinco mil amigos. Y la gente lo amaba. Puse su foto, su nombre y un rótulo de presentación que decía: “no se engañen por mi asepcto, soy asquerosamente rico”. En la foto señalaba al frente con los dos dedos mientras hablaba a un micrófono. La gente lo adoraba. La gente lo apreciaba. La gente le escribía, a mi identidad falsa, pidiendo trabajo. Le contaban su vida y acto seguido le pedían trabajo. Todos los días alguno le pedía una oportunidad en sus empresas. Le mandaban cartas haciéndose los buenos, las buenas personas, para pedirle trabajo, un puto trabajo. Yo no contestaba a ninguno. No contestaba a nadie. Veían la foto y le escribían cartas. Asquerosamente rico es el tío y presidente del mayor club de fútbol del mundo, que curiosamente es el equipo de mi barrio, joderos, porque en mi barrio está el mejor equipo de fútbol del mundo. Pero lo mataron, su identidad falsa, no al magnate, sino que un día de buenas a primeras enchufé la cosa y ya no estaba. Y también me ofrecieron administrar la cuenta de Feisbuk de un aspirante a alcalde. La administré. Ganó por mayoría absoluta. Meses más tarde le metieron en la cárcel. Tengo muchos más amigos en Facebook que tú y que tú. Tengo como unos cien mil. Cien mil gilipollas como tú que se hacen fotos de los pies, que cuelgan fotos de su comida, que cuelgan demagogia política de izquierda y derecha para sentirse mejor, que cuelgan solidaridad y buenos pensamientos, que cuelgan fotos de sus hijos, de su familia, que cuelgan fotos de sus vacaciones en Thailandia, que se quejan de la insolidaridad social, que dicen a quién van a votar porque es la opción más justa para todos, que cuentan lo buenos que son, que se apuntan a causas nobles y que cuando cambian de pareja se hacen fotos con ella alrededor de una mesa de un restaurante chino sonriendo mientras se envenenan con sushi con anisakis y glutamato a gogó para que la persona a la que han dejado se joda viéndolo. Cien mil gilipollas como tú.
reírnos de las gilipolleces que había aprendido a decir en el colegio. Cuando terminé de insultarla colgué el teléfono entre carcajadas. Al rato volvió a llamar. Se puso mi madre. Mi tía lloraba como una fuente. No decía que yo la había insultado, sólo lloraba y lloraba, como un río, porque creía que yo se lo decía todo en serio. Mi tía era analfabeta, intentaba aprender a leer de mis libros de preescolar. Desde que su hijo se marchó de casa vivió en la más absoluta soledad, pero la soledad no le gustaba en absoluto. No puedo olvidar que se la escuchaba llorar al otro lado del teléfono, a distancia. Mi tía tuvo tres hijos y dos murieron muy pequeños. Su marido la medía el lomo. Mi tío, el hijoputa de su marido, murió de tuberculosis con menos de cuarenta años. No llegué a conocerlo. Ella fue viuda joven, pero nunca volvió a casarse, aunque un frutero y un huesped que tuvo la pidieron matrimonio. Cuando durante la guerra la tortilla cambió de lado mi tía tuvo que escapar al campo para que no la cortaran el pelo, y le llevaban a mi primo a escondidas para que mamara. Mi tía sufrió mucha soledad durante su vida. Pensaba en alto, parecía que hablaba sola. No puedo olvidar sus lágrimas al otro lado del teléfono, llorando con mucho ruido y como un torrente porque creía que yo pensaba que era imbécil, idiota y asquerosa. Ese llanto que escucho dentro de mi cabeza hace que camine conmigo por las calles de Madrid, que me haga compañía y que en vez de volver a mi casa en linea recta dé siempre un rodeo y pase por su puerta, aunque ya hayan tirado su casa hace muchos años.



enseñó como con orgullo. Yo soñaba con sacar una pistola, ponérsela sobre la cabeza y apretar el gatillo. O acelerar a tope para arrasar el puesto de control. Mi barrio fue legendario en los setenta porque dos calles más abajo nació y vivió, poco, El Jaro. Aún quedan casitas bajas en Tetuán, sólo tienes que sumergirte un poco en su lumpen. A mí me envuelve, me protege. En la calle donde vivió El Jaro todavía quedan en pie las fachadas de algunas casitas, sobrevivieron al pelotazo inmobiliario a causa de la crisis. Bendita crisis. Una crisis de vez en cuando no hace mal a nadie.
tenía un himno nacional muy bonito. Cuando vimos a Vladimir Salnikov, que nadaba como un salmón, o como un esturión, ganar los 1500 metros libres y pusieron aquel himno daban ganas de llorar de emoción, porque el himno de España es la puta mierda más grande de la historia de la música, en comparación con aquel himno comunista el de España es un truño te pongas como te pongas.
potente al que nunca escuché hablar. Acusaba a la vecina de arriba, testiga de Jehová, de tirar basura a su patio interior, papeles, trapos, pinzas de la ropa y compresas usadas de sus hijas testigas de Jehová. Puede que las odiara por ser testigas de ese Dios, porque ella era atea, porque todas las brujas son ateas. Sus hijas eran unas putas muy feas. Comenzaron a insultar a otros vecinos. Algunos decían que eran gitanas, pero no bailaban flamenco, sólo sucedía que iban muy sucias, sucio el pelo, sucia la piel, sucias se adivinaban las bragas. Eran mujeres antilujuria, imposibles de follar para cualquier humano. Insultaban a los vecinos con cualquier excusa. Cotilleaban rumores sobre los vecinos. No debían follar mucho, quizás no follaban nunca, ni siquiera por el ano. Insultaban también a mi madre. Golpeaban las puertas al pasar, juraban y perjuraban. Un día bajaba mi madre conmigo a cuestas. Yo era un pequeño gran cabrón que nació con casi seis kilos de peso. No volví a crecer. Esperaban las tres a mi madre en el portal. Buscaban gresca, con quien fuera. Mi madre me dejó en el suelo. Las tres la encararon. Mi madre se arremangó. Entonces apareció mi tía por la puerta. Mi tía vivía sola y siempre debía dinero en la tienda de ultramarinos. Mi tía nació en 1916, ahora tendría más de cien años. Mi tía venía a visitarme. A mi tía se le murieron dos hijos de pequeños en la posguerra. Mi tía le atizó la primera hostia a la gitana mayor mientras mi madre dejó inconsciente a otra en el suelo con un pie sobre su cuello y la mano derecha estrujando el cuello de la tercera. Acudieron varios hombres, la policía y una ambulancia, que llevó a la casa de socorro a las tres heridas, magulladas, dos de ellas en estado de semiinconsciencia a causa de los golpes recibidos. Siempre me dijeron que pegara primero y después preguntara, que nunca pusiera la otra mejilla. La casa se pacificó y años más tarde mi madre firmó la pipa de la paz con “la bordadora”, que incluso me regalaba bolsas de gusanitos cuando me veía. Un día abrieron la puerta de su casa y la robaron el dinero que guardaba bajo el colchón, a la antigua usanza. En todo el barrio se dijo que había sido uno de sus yernos. Cuando se hizo muy vieja volvió a su pueblo natal a pasar los últimos años. Su sosías marido murió, y luego ella perdió la cabeza, o eso dicen.
La policía no suele venir por aquí. Puede que sean falsos policías en todo caso. Pasa el rato y llaman a la puerta. Abro. Son cuatro tipos con pinta metrosexual, uno me pone la placa en la cara. Me explica que busca a un vecino, al tapicero del bajo. Sale mi madre y, ante mi asombro, les dice que ya no viene por aquí. Mi madre miente a un policía en su cara. Se nota que miente. Nos piden un teléfono del vecino. Mi madre dice que no sabe si dárselo, e insiste, mintiendo sin rubor, en que el vecino ya no viene por aquí. Que no viene, que no. Los policías se aburren y se marchan con cara de pazguatos. Se dan cuenta de que aquí no se debe preguntar por un vecino que podría tener a alguien descuartizado en un congelador, pero al que hay que proteger por ser vecino, porque el vecino es un cabrón pero es vecino, y tú eres policía. Aquí la policía nunca ha sido muy bienvenida. Es mi barrio. Es Madrid. Y en Madrid las noches oscuras son muy largas, hasta que te largas al cajón de madera que ahora vale casi tres mil Euros para enterrarte. Te venden caoba cuando es contrachapado. Madrid, capital de Uzbekistán. Ésto es Madrid, señor mío. Madrid.