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Perrito Peque

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De verdad que no pensaba tener que escribirte tan pronto o, por lo menos, tan pronto desde que se nos fuera tu hermano mayor. Llegaste a nuestras vidas ya con ocho años y después de haber conocido a otras dos familias. La abuela, Wengué, Carolina y yo te acogimos mucho mejor que a uno más pues sabíamos que no dejabas a los tuyos por gusto. Sin embargo, ya sabíamos, por entonces, que, como buen perrito ventanero, ladrabas de contento cada vez que reconocías el camino cuando venías a visitarnos.

peque2Wengué se fue convirtiendo, con su infinita paciencia, en tu hermano mayor y tú acabaste siendo nuestro consentido: tenías, como mínimo, dos camitas en casa (una al pie de cada cama de tus nuevos dueños) y bula para subirte en todos los sillones. Comías también a la carta (sobre todo sopas y caldos como buen perrito portugués) y por todos los sitios regabas tus pelotitas de frontón amarillas con las que tanto te gustaba jugar.

Durante tus primeros años con nosotros aprendiste lo que eran los largos paseos por el campo: subir cerros, rodear charcas y cobijarte bajo el paraguas de tu hermano cada vez que te metías en problemas. Asumiste, a cambio, unas cuantas responsabilidades, algo así como 'transferencias' condescendidas por El Primo de Zumosol. Por ejemplo: espantar a las torcaces del patio. ¡Prohibido aterrizar sobre suelo embaldosado!

Perrito Peque, lo tuyo no era filosofar en las jovellánicas poses de Wengué ni atender a complejos mensajes de tus amos. Nos mirabas con ojos extrañados y preferías dejarnos por imposibles y volver a lo que tuvieras entre manos. Que era, casi siempre, darle al balón como si de una reencarnación perruna de Garrincha se tratase. Luego, supimos que tu estirpe es la del perro ratonero de palacio y que, a falta de roedores, te encantaba mandar la pelota a sitios recónditos de acceso casi imposible para luego intentar rescatarla estirando tus patas delanteras o gateando por debajo de los muebles bajos como un soldado en una pista americana.

peque3Fuiste un perrito juguetón hasta el final pero no nos concediste tu amistad enseguida. Recuerdo que, cada vez que quería acercarme para hacerte un arrumaco, me gruñías al principio. Con el tiempo, me dejaste cogerte en brazos y asearte en profundidad.

Lo que peor llevamos, cuando ya te volviste de la familia, fue no haber tenido la ocasión de elegirte un nombre. No es que no nos gustara llamarte Peque, sino que, conociéndote, hubiéramos preferido, como lo acabamos haciendo a veces, decirte Alegre, Andrés o Chibani ('viejo' en árabe).

Fuiste perdiendo la vista y ello no te impidió seguir siendo el amigo jovial y juguetón que siempre fuiste. Pasaste por una delicada operación y todavía me maravilla tu reacción cuando fui a verte al hospital. La doctora no sabía si darte el alta, no querías comer y fue verme aparecer por la puerta para que te tragaras un blíster de jamón cocido y quisieras salir a pasear por los alrededores de la clínica. Quiero que sepas que fue uno de los momentos más felices de mi vida.

Perrito Peque, tu entereza en los peores momentos y tu inquebrantable lealtad a todos los que te quisieron eran conmovedoras. Venía Matilde a casa y no querías que te separásemos de su compañía. ¡Cómo reconocías la verdad en los otros!

peque4Tampoco olvidaré tu recibimiento característico: ladrándome con esa potencia de sietemachos a la cara, haciéndome como una especie de amago cuando yo hacía que te quería coger y saliendo a escape hacia casa con esas orejitas de algodón al viento. ¡Atención! Ya ha llegado José Manuel.

Perrito Peque bueno y alegre, sin ti, nos ha quedado un silencio infinito que intentamos poblar con tu recuerdo y el convencimiento de que habitarás en todos los perritos que tendremos buscando tenerte para siempre a nuestro lado.

José Manuel Peque.

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