Hasta arriba
A las 11:30h del 29 de mayo de 1953, Edmund Percival Hillary y Tenzing Norgay coronaron por vez primera los 8.848m de la cima del mundo, el monte Everest, por su cara Sur. Esta hazaña le valió al montañero neozelandés su nombramiento como Caballero Comendador de la Orden del Imperio Británico, miembro de Primera Clase de la Orden de la Mano Derecha de Gorkha (1953), Caballero de la Orden de Nueva Zelanda (1987), Caballero Compañero de la Nobilísima Orden de la Jarretera (1995), la medalla conmemorativa de la coronación de Isabel II (1953), la Estrella del Pacífico, la Medalla Polar (1958), la medalla conmemorativa de la coronación del rey Birendra de Nepal (1975), la Cruz de Comendador de la Orden del Mérito de la República de Polonia (2004) y el Padma Vibhushan de la República de la India a título póstumo (2008).
Hoy día, no habría bastante metal ni raso para homenajear a los miles de montañeros que igualan la gesta, que se ha convertido en un negocio redondo para las Administraciones nepalí y china. De hecho, parece ser que, periódicamente, se tiene que instaurar una especie de veda para que los servicios de limpieza puedan despejar de todo tipo de inmundicias la zona donde se instalan los campamentos base.
Y es que cualquier iniciativa individual, colectiva, pública o privada puede explotar publicitariamente la ascensión al Everest. Se trata así de asociar el valor del esfuerzo a cualquier causa que estime que lo merezca. Me imagino la cumbre abarrotada de banderines y cualquier tipo de ex-voto comercial. Me imagino a los que allí llegan pactando tiempos de permanencia en solitario para el consabido reportaje foto-videográfico. Me imagino pidiendo silencio a la turbamulta que aguarda para tener la impresión de haber hollado un lugar recoleto y la paz y el silencio prometidos. Una larguísima y mullida serpiente de parkas multicolores reptando cada día que hace bueno por las crestas del Collado Sur.
Los montañeros de toda la vida, esos románticos que se la jugaban en cada ascensión y nos contaban con una mezcla de orgullo y desdén sus hazañas, dicen que esto no se puede consentir y que, de hecho, ellos ya no ambicionan ese techo. Ello puede explicar también el hecho de que haya cada vez menos montañeros. Los refugios alpinos están hoy día sobredimensionados para el puñado de usuarios los ocupan. La montaña alberga una multiplicidad de otros deportes, a cual más espectacular en su plasmación videográfica. Ahora se va a la montaña a hacer senderismo, a volar en ultraligero sobre las cimas, a despeñarse de ellas haciendo esquí, a saltar en parapente, a hacer carreras, a precipitarse desde sus crestas como una ardilla.
Yo creo más bien que todo lo que está pasando en las montañas se explica por el hecho de que cada vez hay menos gente que se acerca a ellas para conocerlas y, de este modo, respetarlas e intentar salvaguardar sus ecosistemas. Y, simultáneamente, cada vez hay más individuos que las utilizan como incomparable marco con el que medir sus fuerzas y-o proyectar un obsceno narcisismo a través de la inmediata divulgación de sus proezas.
Por otro lado, considero que habría que reflexionar sobre el hiato existente entre la creciente capacidad de demasiados humanos de plantarse en cualquier rincón del planeta y la limitada disponibilidad de estos espacios. Ello no implica solamente la masificación estos destinos turísticos sino también el consumo excesivo de recursos energéticos para llegar a ellos. Baste recordar a este respecto que un viaje de ida y vuelta en avión desde Europa a Nueva York equivale a toda la energía que necesita un hogar en un año.
Pero, como en tantos otros asuntos, el busilis está en quién le pone el cascabel al gato, quién se atreve a matar la gallina de los huevos de oro en nombre de una sostenibilidad cada vez más cacareada aunque no tan efectivamente asumida. Mientras tanto, ¿por qué no propiciar que no nos tengan que impedir el acceso al Everest?, ¿por qué no pensar más en su ecosistema?, ¿por qué no conformarnos con alterar el medio cercano en el que vivimos? No hay tanta Tierra para tanto humano. El Everest está hasta arriba de nosotros.