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Modo verano

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No hay mejor modo de comprender por qué hasta qué punto el clima puede ser un factor condicionante del desarrollo de un determinado territorio como pasar la temporada estival en el agro de la submeseta sur.

modo2Levantarse cuando amanece, trabajos en el exterior hasta la una, comida a las dos, siesta de tres a seis o siete, té a las ocho, vuelta al tajo a las nueve, cena a las once y cama pasada la medianoche.

Allá afuera, mis vegetales compañeras de aventura siguen condenadas a la práctica inmovilidad en el espacio y arrostran como pueden los embates de las conocidas como horas centrales del día: sus hojas se pliegan y las ramas se vencen un poco en medio de un silencio tan sólo roto por el viento.

Los perros sestean a lo largo de la mayor parte del día y me maravilla su capacidad de desvincularse de la circunstancia a través del sueño. El caso es que, por la noche, siguen durmiendo. Puede que este comportamiento no sea sino su estrategia para aguantar estos días de calor. Una especie de estivación, si se me permite el neologismo.

En las sobremesas de julio se puede uno entregar, para soñar, a la contemplación de los bonitos paisajes del país vecino. Verdes campos, armónicos núcleos urbanos, montañas, castillos, caudalosos ríos. Tan cerca, si nos paramos a considerar nuestra posición geográfica en un mapa de Europa, y tan lejos de podérnoslo imaginar tan cerca a la vista de los pagos que nos rodean.

Uno piensa que podría aprovechar el tiempo pasado en su madriguera en cumplir tan siquiera con el cincuenta por ciento de los proyectos concebidos antes del final del curso: estudiar idiomas, leer libros, mantener, al fin y al cabo, una cierta actividad intelectual. En vano.

modo4Y es que no podemos soslayar la realidad corporal que habitamos y que, en estas condiciones, impone más que nunca su principio de conservación. Cumplir años implica saber a ciencia cierta que, en estas condiciones climáticas, es ilusorio aspirar a leer más de diez páginas si se debe sacar adelante una agenda de trabajos de campo (nunca mejor dicho).

Para que Vds. lo entiendan: estoy escribiendo estas líneas consumiendo las últimas rayitas de la batería de mis reservas creativas. De hecho, habría debido tener que redactar esta colaboración hace tres meses en previsión del síndrome vacacional que estoy sufriendo pero no me arrepiento de haber postergado esta tarea hasta ahora por mor de la honestidad vocacional para con mis contados lectores.

Echo la vista atrás y me maravilla apreciar todo lo que he sido capaz de llevar a cabo desde septiembre pasado. Me pregunto si sigo siendo la misma persona y no sé encontrar una respuesta porque en ante los ojos no veo más que el símbolo parpadeante de una pila roja que me recuerda que el magín ya no da para más, que estoy en modo verano.

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