Astral
En este regreso a la reflexión compartida tras una entrega marrada, me propongo invitarlos a conocer las impresiones que me merece el asunto de las migraciones políticas, de los refugiados.
De entrada, quisiera llamar la atención sobre cómo, para las gentes que nos ocupan, la lengua española les ha otorgado una palabra optimista, evocadora de un final feliz: refugiados. A fuer de ser escrupulosos, esa condición es la que persiguen todos esos migrantes y la que más se les resiste. De hecho, si son noticia es por toda la peripecia que deben vivir hasta alcanzarla. Atravesando desiertos, siendo víctimas de todo tipo de explotación, embarcándose rumbo a un Eldorado, sufriendo, añorando a todos los que atrás quedaron no son sino seres humanos en busca de un destino que haga que, por fin, sus vidas merezcan la pena.
Hace unos meses, el programa Salvados de La Sexta volvió a nuestras pantallas para proponernos el relato de una aventura solidaria: la protagonizada por unos bomberos levantinos que deciden abandonar su profesión para conventir lo que, en su día, fue un impulso solidario en una ocupación a tiempo completo: rescatar a los migrantes que se echan al Mediterráneo para cruzarlo en embarcaciones de fortuna.
El reportaje refiere de manera exhaustiva todo aquello que nos puede interesar al respecto: cómo se transforma un lujoso yate de recreo en un barco más apto para los menesteres que le aguardan, las vicisitudes relativas a la obtención de fondos y ayudas dinerarias para lograr dicho propósito, el modus operandi en alta mar, la relación con otras organizaciones e instituciones implicadas en la misma tarea, la actitud que los rescatadores deben aprender a tomar para relacionarse del modo más conveniente y, a la vez, soportable con los fugitivos y las inevitables consideraciones sobre qué es lo que se podría hacer para atajar de una vez por todas esta lacra. Un producto periodístico, a mi modo de ver, de impecable factura.
Sin embargo, lo que subyace a mis ojos es el lamentable modo en que las sociedades humanas son capaces de convertir una desgracia vergonzosa y episódica en un mal obsceno y crónico. Cómo la "gestión" de estas personas en busca de refugio se ha convertido en un procedimiento coreográfico donde "buenos" y "malos" han acabado por acotar sus respectivos papeles para mayor gloria de la benedicencia a la que aspiran los primeros y del ominoso lucro perseguido por los segundos.
Los desgraciados han pagado alrededor de dos mil euros por su pasaje. Se los apiña en botes de goma con la gasolina justa para que lleguen al límite de las 15 millas marinas, donde los está esperando una flota de buques de guerra o de paz cuya misión es rescatarlos y enviarlos para los Centros de Acogida de Italia, Alemania o Francia. Allí deberán someterse a una larga espera mientras se evalúa su legítima aspiración a ser considerados merecedores de asilo y, en el supuesto de que este trámite no fructfique (lo que ocurre, inexplicablemente, en el 80% de los casos), resignarse a una repatriación y quién sabe si a un "volver a empezar".
Todo pautado, todo ejecutado con la mayor de las asepsias y el mayor de los respetos por la dignidad humana de los que nuestras sociedades occidentales son capaces.
Astral es el nombre de nuestro yate y el tipo de viaje al que sometemos a cada uno de sus tripulantes.