daniel

Cabezas cortadas

cabezas cortadas

Abrí con ansia el sobre. Contenía el esperado catálogo. Se trataba de la colección del segundo trimestre del año. Soberbia. La había empezado a coordinar Strüngerson, el anticuario alemán más reputado del momento y sus innovacciones prometían. Editada en grueso papel mate, contenía todo lujo de detalles. Deliciosa. Por un instante, todos mis problemas se esfumaron. Pasaba las enormes hojas como mirando de soslayo la publicación, para no leer nada todavía, para degustarla placenteramente después. No quería consumir aquel tesoro de inmediato, iba a saborearlo lentamente.

Las fotografías, donde el rojo cobraba un protagonismo increíble, eran espectaculares, a tamaño real. Las cabezas aparecían decapitadas en todo su esplendor. Reparé en la expresión de terror de un aborigen australiano, cuyo rostro surcaba una gruesa cicatriz de la comisura derecha hasta la oreja. Era un ejemplar excepcional, muy dinámico. También parecía de los más caros, pero aquellos ojos saliéndose de las órbitas bien lo merecían. Se notaba el trabajo sobresaliente del artista germano: había pasión en cada detalle, dedicación en cada corte... lo sublime hecho cabeza.

Como novedad, ahora figuraba en el reverso de cada foto el instrumental de corte empleado. Los estiletes láser proporcionaban unos tajos muy limpios, pero carecían de la espectacularidad de una buena cortadura realizada con hacha o instrumental rudimentario similar. Yo era muy tradicional en cuestiones de arte.

Mi colección constaba de unas once mil doscientas piezas, de ellas unas quinientas jibarizadas y unas treinta de niños. Pero necesitaba un fresco. No tenía ninguno. ¡Era vergonzoso! Acudí enseguida al código de  acceso de la última página. Tras pensarlo, accedí a través de la red a la galería extra de ejemplares en maceración. Todas las razas estaban presentes. Tres grandes negros sobresalían en el muestrario, de más de dos metros de altura e impresionantes mandíbulas, anchas y angulosas. El más grande debía ser mío. Atado quirúrgicamente con sus nervios al dintel de acero, hinchaba su poderosa caja torácica con cada respiración. Poseía una hermosa cabeza cuadrangular. Esta vez no iba a quedar fuera de la puja. Contaba con mucho dinero extra. Incluso había ahorrado los pagos de varios meses de mis asalariados y tenía previsto vender mis viviendas con los inquilinos. Toda precaución era poca. La ocasión lo requería.

Un chino había iniciado la puja de mi negro hacía unas horas con trescientos mil créditos. Lo doblé y esperé su reacción. Se trataba de un concejal de un departamento del koljós del este, no debía tener problema alguno en superarlo. Mi remuneración como diputado era muy superior y contaba con varios millones en mi cuenta. Dento de un par de semanas se cerraría el proceso y aquellos cuerpos, gloria divina, serían desmembrados. Mi nombre aparecía ahora en primer lugar en el tanteo. Recibiría de inmediato cualquier oferta que superase a la mía, tal era la ventaja de ir de primero en la subasta.

Pasaban las horas y continuaba de primero en la pugna por el negro. Estaba casi seguro de que nadie osaría desafiarme. Aún así, tomé precauciones adicionales. Comuniqué al departamento de ventas que deseaba pagar la cláusula completa de aquel espécimen. Tras un breve lapso de tiempo me enviaron un mensaje en el que ponía “veinte millones”. Era mucho, pero no dudé. El arte lo era todo en la vida. Envié la cantidad de inmediato y aquella cabeza se convirtió en mi propiedad. La recibiría en unas semanas, una vez hubiese terminado oficialmente el proceso. Ante todo había que guardar la cortesía, al fin y al cabo estábamos entre caballeros.

Cerré la conexión y me tumbé en mi sofá de piel de escrotos con el catálogo entre las manos. El mundo era un lugar más hermoso ahora.

 

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