Recuerdos de Atenas

¿Se acuerdan ustedes de Atenas? No me refiero a la Atenas esforzada y heroica de la Batalla de Salamina, ni tampoco de la Atenas brillante y glamurosa del Partenón. Me refiero a la Atenas del ocaso del siglo V a.C. La Atenas que, diezmada por la peste y los descalabros militares, depauperada y aislada por la defección de sus antiguos aliados, hubo de avenirse finalmente a suscribir la paz con su ancestral enemiga, Esparta. La Atenas, agonizante y grotesca, o más bien lo que quedó de ella, que sobrevivió a la Guerra del Peloponeso. Seguro que alguno de ustedes sí que se acuerda.
Nada quedaba ya del antiguo Imperio. No demasiado de los edificios, las murallas, las infraestructuras levantadas durante décadas con el dinero aportado por los aliados. Las riquezas del templo de Atenea Niké se habían fundido para sufragar barcos y soldados, y los unos y los otros yacían ahora bajo el mar, en los disputados estrechos que separan Europa de Asia. Los olivos y las vides, cuyos frutos otrora engrasaron la economía de la polis, habían sido arrancados tiempo atrás.Ahora bien, los historiadores, tan quisquillosos como siempre, pugnan, llevan décadas pugnando, por dar con una etiqueta que categorice lo que vino después. ¿Democracia? Los atenienses que sobrevivieron a la dictadura, aquellos que acabaron con ella y aquellos otros que, no habiendo movido un dedo por derribarla, ya nunca más reconocerían haberla apoyado, así lo creían. ¿Pero eran verdaderamente demócratas? No al menos como en la época de Pericles, ya nunca más lo serían. Difícil volver a levantar una democracia así después de tres décadas de guerra, después de una dictadura y una represión que habían costado tantas vidas, tanta hambre, tanto miedo. Seguramente más de uno lo intentó, pero las resistencias eran demasiado grandes y pronto todo el mundo se acomodó. Caídos los tiranos, denominaron “democracia” al nuevo régimen y establecieron, eso sí, los mecanismos necesarios para que el pueblo (no se me alarme nadie, únicamente los ciudadanos varones; nunca hubo muchas Lisístratas en Atenas) volviera a votar cada vez que se le requiriera.
Y fue entonces, esa nueva democracia ateniense, la que decretó una ley que aún hoy nos deja atónitos. ¿Se acuerdan de qué ley fue? Posiblemente no. En el 403 a.C. la reconstituida asamblea ateniense aprobó imponer el olvido. El Estado ateniense prohibió taxativamente que nadie recordara lo que había sucedido en Atenas desde el final de la guerra. No solo se amnistiaban todos los crímenes cometidos, sino que en adelante se perseguiría judicialmente a quien tan siquiera los mencionara. La democracia debía contar con fundamentos sólidos, más allá de viejas rencillas. Más allá de recuerdos desagradables que no llevaban a nada.
