Deportación
Un sms en mi móvil anuncia que la respuesta administrativa a mi solicitud de residencia está lista para ser recogida. Mi mente me juega una de sus jugarretas. Corre y celébralo. Una espera de 10 meses, pero ya tengo mi permiso de residencia. Un punto y final a los trabajos de mierda, a no ser apto para abrir una cuenta bancaria y domiciliar todo lo que me venga en gana, a no ser un apátrida sin derecho a suscribir un contrato de dos años de pertenencia telefónica para poder lucir uno de los últimos gadgets de ultimísima generación. Joder me siento feliz, descansado, y seguro de mi mismo.
El sms llega en la víspera de año nuevo, dándomelas de confianza plena, dejo pasar el día y su festivo. En el segundo día del nuevo año me planto en las oficinas de inmigración, feliz de recoger el sello que da carta blanca en el país. No me importa toparme, por una última vez, con uno de los especímenes que habitan los corredores de inmigración. No. Hoy es mi día, nadie va a jodérmelo. La funcionaria de turno coge mi resguardo y espero su retorno con la papeleta premiada. No hay colas. En estos días de enero hasta los sin papeles están de vacaciones. Esta vez no hay largas esperas, y la funcionaria vuelve al poco rato sólo con mi resguardo. Anuncia: "tienes que volver en una semana, todavía no hemos recibido tu carta de rechazo de tu solicitud de residencia permanente". ¿Qué dice? No entiendo sus palabras. En plena resaca navideña esta chica a traspapelado mi sello de residencia. Denegado, quién coño piensa en rechazo de solicitud. Mi cara refleja mi estado de noqueo, fuera de combate. No te preocupes, están rechazando todas las solicitudes de residencia permanente, tienes que apelar y ya está, no tiene la mayor importancia. Apelar. Diez meses más de espera.
La ausencia de desamparados en busca de visados en la puerta de inmigración me hace sentir totalmente desahuciado. Y tengo que volver en una semana. Abandonado, siento una profunda flaqueza. Lidiar con los especímenes de inmigración consiguen minar la seguridad de mi estirpe, mis fuerzas se resienten y acabo extenuado. No hace ni dos semanas, a uno de mis compañeros forasteros en estas tierras sureñas, le notificaban que su estatuto de asilo político iba a serle retirado, tras seis años en el país y un hijo sudafricano, debía abandonar el país inmediatamente o sería deportado. No hace muchos años, Sudáfrica era el primer país con más solicitudes de asilo político, era el paraíso burocrático para aquellos que huían de zonas en perpetua violencia civil. En el 2014 la barra libre para los desesperados se cerraba, y Sudáfrica ha caído dos puestos en el escalafón de países donde buscar un resguardo de los infiernos. Cierre de centros de refugiados, parón en la recepción de nuevos solicitantes de asilo. Los que osan acercarse a una de las tres oficinas de asistencia a refugiados que se mantienen en pie en Pretoria, Durban y Musina, se enfrentan a quedarse varados en las colas interminables de desamparados.
En esas colas se dejan pasar las horas, los días, las semanas. A pesar de la desidia administrativa y la desesperanza de no poder regular su situación en Sudáfrica, siempre es mejor que volver al infierno que ha quedado atrás. Negar la capacidad de supervivencia y lucha del ser humano es el primer mandato de los que hacen y deshacen en los despachos de inmigración del mundo. No obtendrán papeles, pero no volverán al punto de partida.
La carta de denegación ha llegado tarde. Esa carta me convertía en uno de los afortunados que podían ser participes de la campaña navideña sudafricana de deportación. Free ticket to the paradise. Los billetes de avión gratuitos a cargo de la hacienda pública han llegado a su fin. Aproximarme a la frontera en Musina, y ver pasar a los 27 000 forasteros que cruzan diariamente el puente al otro país, mientras los policías de frontera sonríen con los brazos abiertos, pensando en cómo fortalecer con una cadena armada la vuelta de los que se han osado abandonar el país por navidad, para formar parte del grupo de sin papeles a la espera de ser deportado por nochebuena, ha dejado de ser una opción para mi. Mi compañero forastero ha dejado su piso pocas veces estas vacaciones, toca vivir con miedo a ser identificado en plena calle. No abandonará el país de su hijo, y no dejará que los cazas de inmigración sobrevuelen su castillo de arena. Feliz año nuevo.