Princesas
Está sentada en la barandilla de hierro que nos separa, sus ojos fijos sobre una tarjeta de visita. Nunca antes había visto esa rara melancolía en su mirada. Más bella, más frágil, más apetecible que nunca. Mi princesa, está vez, no alza la cabeza para regalarme una sonrisa. Sólo tengo tres minutos para cazar su atención antes de que deba partir, el tiempo necesario para que el verde salte del rojo y mi motor se ponga en marcha de nuevo.
Sus cristalinos ojos, azules como un día tan claro que nada puede presagiar que la tormenta esté cerca, siguen posados en esa tarjeta. Sus dedos sujetan con firmeza ese pequeño trozo de papel, una firmeza ausente cuando se pasea entre los coches con ese sensual balanceo que no puedo borrar de mi mente, a pesar de que ya no está en mi espejo retrovisor.
El trozo de cartón que le acompaña cada día, donde ha escrito sus deseos, está junto a ella. Ella sigue soñando, no puede dejar de leer, de manosear esa tarjeta de visita que es una invitación a entrar en esa otra vida una vez más. Una jornada laboral, horarios, obligaciones, aguantar, resistir, y volver a caer. Tiene dudas, quizás una familia a la que abandonó y echa de menos de vez en cuando, quizás hoy. ¡Despierta mi princesa! Levántate y mueve tu figura entre nosotros, muéstranos tu carta de deseos ,“soy madre de familia, y estoy desempleada. Por favor 50 céntimos puede ayudar a mi familia”. Princesa regálanos una sonrisa a todos los que honramos tu belleza.
Cada día me topo con el ejercito de drogadictos estratégicamente dispuesto para rascar la calderilla de mi bolsillo. Pero rascan poco, mi bolsillo tiene un diminuto agujero, y cumplir con las adicciones de los otros no entra en él. Autómatas en movimiento. Mismas caras, mismos mensajes, mismas miradas vacías. Mi princesa rasca, rasca dulcemente, rasca lentamente, y de vez en cuando se topa con una buena propina que viaja en papel, no en metal.
Un negocio rentable con fieles trabajadores. Nunca abandonan su puesto de trabajo, absentismo 0. No hay tiempo para un calada o un café, descansos 0. Y cuando el trabajador de la cadena de producción baja su rendimiento es reemplazado por otro en el minuto 0. Sólo existe una ley: calla, curra y toma.…. La nueva planta está completa de nuevas adquisiciones. Blancos y mestizos llenan las filas. Cada mes que pasa hay más.
La heroína viaja, la mayoría de las veces, en caballo blanco. Sus jinetes son una tropa de descendientes de colonos europeos que no encuentran sentido al amanecer. Y el negocio no está a la baja. La nueva Sudáfrica sumergió a muchos en las cloacas de un pasado placentero y un presente duro. A aquel pequeño sector de la población blanca que sobrevivía con los subsidios que el estado del apartheid puso a su disposición. Ahora son uno más en la cadena de producción. No más barra libre para sus ex privilegiados culos.
El dinero blanco les ha abandonado por los nuevos amigos africanos que tienen acceso a los lugares dónde se multiplica el dinero. Una vieja clase alta blanca que juega, mano a mano, con los señores que dan acceso a ser proveedor de la administración. El dinero siempre está dónde el sol más calienta y olvida pronto a sus fieles soldados del pasado. Son los nuevos apátridas de la nueva sociedad sudafricana expulsados del paraíso por sus antiguos compinches.
Pero ellos ya no están solos, son un ejemplo de la integración social sudafricana. Ellos han aprendido a compartir un semáforo donde arañar bolsillos rotos. Su nueva familia les hace la vida más fácil de digerir. La rutina les ha adoptado como sus preferidos. Semáforo, palabras escritas sobre un cártel de cartón, cortos pasos hacia el frente, hacia atrás, una sonrisa, un gracias, y… Semáforo, palabras escritas sobre un cártel de cartón, cortos pasos hacia el frente, hacia atrás, una sonrisa, un gracias, y…todo es más fácil.
Puedes encontrar a mi princesa en cualquier esquina, semáforo, de tu barrio. Los trayectos rutinarios de casa al trabajo, del trabajo a casa, están llenos de princesas. La mía ha dejado su luz blanquecina por un marrón sucio, la renta que paga por pasar tantas horas en la misma esquina bajo el sol de Ciudad del Cabo. Esa piel curtida a fuego por el sol sudafricano ensalza sus cristalinos ojos que deslumbran si los miras de frente. Mi princesa es la reina de las sonrisas.
El negocio sabe que es imprescindible que los trabajadores no sientan nostalgia de una vida pasada. No se permite alternar con los clientes más de lo necesario, justo el tiempo necesario para rascar un bolsillo. Prohibido intimar. Prohibido compartir más de una sonrisa y un gracias. Mi princesa ya no está. Su reemplazo de cabellos dorados no puede hacerme olvidar. ¿Dónde estás mi princesa?