Corruptible
La ambulancia llega a la entrada del parlamento sudafricano para asistir a un anciano insolente que reclama el pago de su pensión. Las horas se han dejado pasar, sentado juntos a otros 200 camaradas, pero finalmente su cuerpo se ha revuelto contra él. Sus huesos no pudieron resistir el golpe de humedad que acompaña estas frías negras noches sin luna, habituales en los cambios de estación en el Cabo occidental. Una sentada organizada, a las puertas del parlamento sudafricano, es la última bala que han disparado, jubiladas y jubilados, para ser escuchados por sus representantes políticos, esos a los que apodan jovenzuelos tramposos. Bajo el brazo, traen una petición de reparación por la negligencia administrativa de funcionarios y gobernantes corruptos que les ha condenado a vivir en la indigencia, tras años de arduo trabajo para administración del régimen Apartheid. A su pesar, el lánguido hidalgo de larga figura fue forzado a abandonar a sus acompañantes de viaje para ser hospitalizado.
Junto a él, hombres y mujeres, algunos nonagenarios, han recorrido 1.200 kilómetros con los corazones llenos de ira y hastío. Sus huesos tienen dibujado el mapa de viaje que partió desde un sistema diseñado por colonizadores para subyugar a los indígenas, hacia un sistema democrático donde la mayoría decide. Un final de trayecto que no ha reparado, todavía, los casi 60 años de agravios coloniales. 20 años han pasado, y en las cunetas del camino siguen varados miles de transeúntes. La nueva élite del partido del ANC siguen sin mostrar la suficiente voluntad para reparar el daño causado por la mala gestión en la planificación y transformación de una administración autoritaria, ideada por la élite del partido Nacional, deliberadamente utilizada como un instrumento para promover el enriquecimiento social y económico de un grupo definido étnicamente como europeos, a una democrático arraigada en la meritocracia y para trabajar por el bien común de la sociedad en su totalidad.
Durante el Apartheid, el territorio fue compartimentado en divisiones territoriales étnicas, en las que uno nacía en un hospital para negros, se inscribía bajo la etnia xhosa, o zulu, o sotho, o venda, o….vivía en un territorio Homeland para xhosas, o zulus, o sothos, o vendas, o.. y moría en un cementerio para xhosas, o zulus, o sothos, o vendas,... Algunas de esas entidades territoriales llegaron a ser lo suficientemente independientes como para tener gobernantes inscritos bajo la misma identidad jurídica étnica. Las Homelands de Transkei y Ciskei, en el Cabo del este, fueron territorios para xhosas con gobernantes xhosas, títeres con autonomía del régimen autoritario. Virreyes a su libre albedrío con reinos donde hacer y deshacer sin rendir cuentas a sus poblaciones xhosas. Las transiciones democráticas negociadas implican negociar con esos reyes y virreyes su salida del poder, y eso conlleva concesiones para ganadores y cesiones de perdedores. Los Homelands de Ciskei y Transkei se transformaron en la actual provincia del Cabo oriental, y sus paraestatales cambiaron de nombre y titularidad, mientras los asalariados quedaban perdidos en una telaraña burocrática, varados en las cunetas de la nueva carretera democrática.
Hay un acuerdo general sobre lo constituye corrupción política: el uso de recursos públicos para fines privados sin autorización ni planificación. A pesar de lo repulsivo, lo asumimos como parte integrante de las dinámicas de grandes administraciones. En la Sudáfrica de las Homelands, la corrupción administrativa fue endémica. La incorporación de esas administraciones Homelands a la nueva Sudáfrica democrática, durante el proceso de transición democrática, resultó en una transferencia sin paliativos de una burocracia corrupta a las nuevas administraciones provinciales. El premura del tiempo, los desafíos institucionales, la amenaza de una posible guerra civil, dejaron en el olvido y abandono las reclamaciones de miles de ciudadanos atrapados en la maraña burocrática de cambio de régimen.
15.000 jubilados de las paraestatales de transporte de los tiempos de las Homelands, se resisten a ser olvidados, y con ello a ser condenados a la indigencia en su última etapa vital. Quieren su dinero. Las pensiones a las que tienen derecho después de trabajar para la administración, sea del color que fuese. La respuesta administrativa del ministerio de trabajo es contundente, un puñetazo seco. No hay registro laboral de ninguno de los demandantes en las paraestatales de transporte de la antigua Homeland, y tampoco de la presente Transnet. No importa que sean víctimas de la negligencia, abuso de poder, malversaciones sistemáticas de las administraciones de las antiguas Homelands de Ciskei y Transkei. No hay carriles para ellos en la carretera del progreso sudafricano.
En 1978, pensionistas de la Homeland de Ciskei reclamaron sus pensiones impagadas y la administración respondió: “no hay dinero disponible”. En 2015, pensionistas de la provincia del Cabo Oriental reclaman sus pensiones impagadas, y la administración responde: “no hay registros de su contrato con la administración”. Los sistemas, regimenes cambian, pero los varados en las cunetas siempre son los mismos.