Fuego
Lunes 15 de febrero de 2016. Campus de la universidad de Cape Town, Sudáfrica. Piezas de arte son condenadas por infamia a morir en la hoguera. El fuego transforma en ceniza las imágenes lejanas recreadas por artistas sudafricanos. La orden es ejecutada por líderes del movimiento estudiantil #RhodesMustFall#. Movimiento que lleva desde el año pasado alzando su voz y su fuerza contra un sistema universitario que aplaca los sueños y esfuerzos de los menos privilegiados, en un país donde la desigualdad socio-económica vuela demasiado alto. En una tierra donde la infamia fue diseñada por un pasado colonial y perpetuado por gobiernos democráticos que se resisten a no aplicar las reglas no escritas del neoliberalismo económico y financiero. En un lugar donde ricos y pobres, aventajados y desaventajados se reconocen por sus identidades étnicas. La desazón retenida, durante todos estos años de gobierno socialista en el que las esperanzas se han ido desvaneciendo, abre la contrapuerta de la fortaleza a discursos y explicaciones de ensalzamiento populista en búsqueda de culpables fuera de la cueva de los ladrones. El odio y el rencor al pasado y la desesperanza del presente son maquiavélicamente utilizados para proteger las causas detrás de la infamia: la desigualdad económica y social impuesta por el poder adjetivado como quieras. Turbias aguas donde se multiplican los predicadores de la manipulación y los acusadores arribistas.
A la gente de color no le gusta “El pequeño Sambo”. A quemarlo. La gente blanca se siente incómoda con “La cabaña del tío Tom”. A quemarlo. Escribe un libro sobre el tabaco y el cáncer de pulmón ¿Los fabricantes de cigarrillos se lamentan? A quemar el libro. Serenidad, Montag. Líbrate de tus tensiones internas. Mejor aún, lánzalas al incinerador, ¿Los funerales son tristes y paganos? Eliminémoslos también, Cinco minutos después de la muerte de una persona en camino hacia la Gran Chimenea, los incineradores son abastecidos por helicópteros en todo el país. Diez minutos después de la muerte, un hombre es una nube de polvo negro. No sutilicemos con recuerdos acerca de los individuos. Olvidémoslos. Quemémoslo todo, absolutamente todo. El fuego es brillante y limpio. (Ray Bradbury, Fahrenheit 451)
A alguno de los aventajados líderes del movimiento estudiantil #RhodesMustFall# no les gustan el arte concebido en tiempos coloniales. Gritan: ¡símbolos del colonialismo, desaparecer entre las llamas!. Es un lunes negro para las obras artísticas señaladas por los dedos acusadores de la infamia. A quemarlo.
Constituía un placer especial ver las cosas consumidas, ver los objetos ennegrecidos y cambiados. Con la punta de bronce del soplete en sus puños, con aquella gigantesca serpiente escupiendo su petróleo veneno- so sobre el mundo, la sangre le latía en la cabeza y sus manos eran las de un fantástico director tocando todas las sinfonías del fuego y de las llamas para destruir los guiñapos y ruinas de la Historia. Con su casco simbólico en que aparecía grabado el número 451 bien plantado sobre su impasible cabeza y sus ojos convertidos en una llama anaranjada ante el pensamiento de lo que iba a ocurrir, encendió el deflagrador y la casa quedó rodeada por un fuego devorador que inflamó el cielo del atardecer con colores rojos, amarillos y negros. El hombre avanzó entre un enjambre de luciérnagas. Quería, por encima de todo, como en el antiguo juego, empujar a un malvavisco hacia la hoguera, en tanto que los libros, semejantes a palomas aleteantes, morían en el porche y el jardín de la casa; en tanto que los libros se elevaban convertidos en torbellinos incandescentes y eran aventados por un aire que el incendio ennegrecía. (Ray Bradbury, "Fahrenheit 451")