Adiós Comandante Nelson Mandela
Mi respiración es lenta y forzada, en el espejo sólo reconozco una blanquecina lengua entre mis labios secos. Mis pupilas están extremadamente pequeñas para dejar entrar un mundo de arco iris. Mi pulso débil me anuncia que la somnolencia me hará caer, y caeré.
Sobredosis de Mandelas. Rolihlahla, Nelson. Sí, Madiba. El terrorista enterrado santo. Como al Trotsky de la foto junto a Lenin, el retrato del comandante sudafricano tiene media cara, la otra media está borrada del imaginario popular por no encajar con la imagen del sacro santo. El hombre laureado Nobel de la Paz junto a su enemigo, el hombre que hizo caer al régimen del apartheid gracias a su disposición a una salida negociada. El hombre de la eterna sonrisa. Lo que se borra se olvida.
Nos inyectan sobredosis a tal ritmo que convierten en inevitables las pérdidas de identidades. Sobredosis y abstinencias impuestas. Una montaña rusa que nos deja caos y perdidos entre marismas de dudas. Mandela, Mandela, Mandela, para terminar dudando si la noticia era sobre el personaje de la próxima beatificación en Roma.
Sólo esa imagen endulzada por la maquinaria propagandística podía justificar un funeral en la que Obamas, Rajoys, monarquías europeas, súper estrellas de la caridad, y un etcétera interminable, se sienten cómodos rentabilizando. Sólo un santo puede hacer milagros. Sí, Raúl Castro ofreció su mano a Obama y entrecruzaron palabras que no lenguas. Aleluya. Pero importa. Sí. A quién. A la maquinaria de ensoñaciones.
¿Y la otra media cara? ¿Realmente existe? Sí. Nelson Mandela sintió odio en las entrañas, un odio al sistema impuesto por colonos europeos en el cual sometieron al infierno y al servilismo más cruel a los aborígenes. El hombre negro a la disposición del hombre blanco. Y ésa fue su defensa durante el juicio de Rivonia que lo condenó a cadena perpetua. Un hombre dibujando su odio en el rostro de su verdugo:
“Más poderoso que mi miedo a las terribles condiciones a las que seré sometido en la cárcel, es mi odio por las terribles condiciones a las que mi gente es subyugada fuera de la cárcel en todo el país.
Odio la práctica de la discriminación racial. Mi odio no decae por el hecho de que la mayoría de la humanidad lo odia igualmente.
Odio la inculcación sistemática de la discriminación por el color de la piel en los niños. Mi odio no decae por el hecho de que la mayoría de la humanidad, en este país y fuera de él, lo comparte conmigo.
Odio la arrogancia racial que decreta que las buenas cosas de la vida serán confiscadas como derecho exclusivo de una minoría de la población, imponiendo a la mayoría una posición de servilismo e inferioridad, manteniéndoles como objetos sin voto para trabajar donde se les han dicho, y a comportarse como les han dicho esa minoría en el gobierno. Mi odio no decae por el hecho de que la mayoría de la humanidad, en este país y fuera de él, lo comparte conmigo.
Nada de lo que haga este tribunal puede cambiar de ninguna manera este odio dentro de mi, sólo la erradicación de la injusticia y la inhumanidad en la política y en la vida social de este país acabará con mi odio.”
Mandela fue un radical. Un agitador de corazones, un populista en busca de un foro que le escuchara durante su liderazgo en las juventudes del ANC. Mandela puso fin a la resistencia pasiva no violenta en una de esas tribunas en las que buscaba avivar fuegos de resistencia entre los jóvenes congregados. Gritando, cantando: “ahí están los enemigos, vamos cojamos nuestras armas y ataquémosles”, reavivando los males infligidos entre los presentes. “Ahí están nuestros enemigos”, con un dedo señalando a las fuerzas de seguridad presentes, provocando la ira teledirigida entre sus seguidores. Sí, Mandela el populista.
Un radicalismo que sigue en la mente de los que la compartieron, e inspirando a aprendices a populistas que se unen a la fauna de animales de buenas intenciones y peligrosas prácticas. Ese mismo radicalismo en sus mítines le supuso una fuerte reprimenda por parte del ejecutivo del ANC. En aquellos tiempos, el joven que suplía su ignorancia con militancia era llamado al orden por sus jefes.
El militante radical, el que alzaba la voz a sus superiores en el partido por entrar en conversaciones con liberales blancos, conseguirá años después fundar el brazo armado del ANC. Mandela se convirtió en el primer Comandante Jefe de Umkhonto we Sizwe y el primer voluntario para el entrenamiento militar en Etiopia. Sí, Comandante Nelson Mandela.
Un terrorista para aquella parte de la humanidad que no compartía ese odio con él, que no entendía que el apartheid fuera tan odioso, después de todo Sudáfrica era un paraíso terrenal para blancos donde ir a veranear y sentirse un rey con siervos por una temporada. Y el terrorista agitador de tribunas entró en la cárcel. Sí, Mandela el terrorista.
El odio, fuerza motora de su radicalismo militante era real, tan real que sólo veintisiete años en prisión y una mente más pragmática que idealista pudieron convertirlo en una experiencia vital apartada en el cuarto oscuro de su subconsciente.
Una mente pragmática que incluso el día de su defensa frente al tribunal que pedía la pena capital para él, no escatimó tiempo para recordar que su partido, en ningún momento de su historia, había abogado por un cambio revolucionario en la estructura económica del país, ni siquiera había condenado la sociedad capitalista. Sí, la media cara a la luz de los focos. Sí, Mandela el héroe.
El pragmatismo ganó la batalla al idealismo, y con ello llegaron otros males. Males que azotan al movimiento de liberación por el que un día Mandela incitó a sacrificarnos desde las tribunas populares. Adiós Comandante Nelson Mandela.