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Chalecos no amarillos

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Las Pussy Riot han aterrizado en Ciudad del Cabo. A pesar de las amenazas de las agencias estatales rusas que persiguen a este grupo ruso contestatario a las artimañas perpetradas por Vladimir Putin, dos de sus miembros ofrecieron una conferencia de prensa para medios acreditados en la ciudad. Este grupo es popular entre los sudafricanos de clase media alta, de origen europeo, que aplauden la audacia y valentía de enfrentarse al gigante nacionalista eslavo. Los medios de comunicación dieron cobertura al evento de las artistas rusas. Algunos medios nacionales destacaron sus ataques a la falta de libertad de expresión en su país natal, otros se deleitaron con las chalecos2palabras de las rusas sobre las similitudes entre el ex presidente sudafricano, Jacob Zuma y el presidente ruso Vladimir Putin. A pesar de que uno ya es un cadáver político, Jacob, mientras que Vladimir mantiene el cetro firmemente entre sus manos.

A unos pocos kilómetros del edificio en que se reunían las Pussy Riot con sus fans, otro grupo de contestatarios sudafricanos mostraban abiertamente su repulsión por el aumento del coste de la vida en la ciudad. A pocos semanas del inicio de la temporada festiva, protestaban contra la explotación laboral que infligen multinacionales sudafricanas a proveedores y trabajadores. Ese grupo, que representa el 80% de la población sudafricana que gana al mes menos de 270 euros, levantaba los brazos, las piernas, balanceando sus caderas a ritmo de canciones reivindicativas de un salario digno. Al acercarnos al grupo de huelguistas y tras entablar una conversación sobre las acciones de las Pussy Riot en Rusia, nos miran con cara de qué cojones me cuentas. No nos extrañamos, sólo el 14% de la población sigue algunos de los medios escritos sudafricanos que gusta dar espacio a contestatarios culturales europeos. La prensa sudafricana, líderes políticos, y las fuerzas de seguridad en el país, tratan a los chalecos no amarillos sudafricanos como ordinarios criminales que deben ser arrestados, o sometidos por la fuerza legítima del estado. A diferencia de los chalecos amarillos franceses, los disturbios producidos por hombres y mujeres cabreadas por las dificultades de llegar a final de mes con salarios miseros y horarios laborales eternos, no merecen la cobertura mediática que las Pussy Riot disfrutan.

chalecos3A miles de kilómetros Francia arde. En el sur de Europa no nos sorprende que un gobierno cambie de postura tras la movilización furtiva de una minoría de la población, pero con la fuerza de molestar a sectores económicos en su operaciones diarias. Suben los impuestos de la gasolina y los más afectados, que somos todos, se tiran a las calles, invaden asfalto, algunos queman coches, mobiliario urbano, y a pesar de las reprimendas policiales ganan la batalla dialéctica contra el gobierno. A mediados de este año que finaliza, el impuesto del IVA sudafricano subió. Los cortes de luz se han iniciado antes del anuncio oficial de la subida del recibo de luz en enero. El precio del agua en Ciudad del Cabo se mantiene a un coste de precio oro porque no se ha eliminado las restricciones a su consumo, tras la resaca de la amenaza de la llegada del día cero sin agua.

Los chalecos no son amarillos en Sudáfrica. No tienen la capacidad de movilización que muestran los galos. Los disturbios no toman las calles de las grandes urbes con la fuerza motora de un gigante que todo lo quema a su paso hacia París. Sudáfrica tampoco posee un diseño radial de las comunicaciones nacionales. chalecos4En Francia todo los caminos llevan a París. El diseño espacial de las urbes sudafricanas fue levantado por el régimen que segregó racialmente los espacios públicos de las ciudades. La turba está restringida a moverse en un espacio urbano segregado a decenas de kilómetros de los lugares donde se erigen los centros de decisión. Las protestas contra la aprobación, por primera vez en el país, de un salario mínimo de 230 euros al mes (a un euro y 30 céntimos la hora), contra la subida de la gasolina, contra la carestía de la cesta diaria, contra la carencia de servicios básicos como recogida de basura o alcantarillado, queda restringido espacialmente en las alcantarillas de los suburbios levantados durante el Apartheid. Ahí, es donde los medios de comunicación públicos y privados no osan entrar. Pussy Riot felicitó a Sudáfrica por sus leyes que velan por la libertad de prensa en el país. Aquellos que viven en el alcantarillado construido por el racismo afrikáner y británico no reconocen el impacto de una prensa libre. Esos mismos medios de comunicación libres que los evitan y condenan al ostracismo de las barriadas. Pero es que no molan tanto como las Pussy Riot.


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