Retretes
Los condenados a residir en los aledaños de algunas de las grandes ciudades sudafricanas se pelean por los espacios donde evacuar los restos impuros de sus cuerpos. Los muchos se ven forzados a compartir retretes temporales, sí una temporalidad a merced de la voluntad de individuos con poder de decisión municipal. Son pocos los que disfrutan de una letrina personalizada, sí esa de único disfrute, esa que comparten con quien desean, no con quien esté en la cola de turnos.
Entre los retretes temporales, que se aglutinan en esas zonas residenciales que se denominan asentamientos informales, en el argot del ordenamiento urbanístico, podemos identificar los retretes químicos para deshacer las heces, y que hay que vaciar regularmente para que los líquidos fecales procesados químicamente no acaben inundando las chabolas circundantes, y aquellos que tienen un sistema básico de evacuación por tubería a la fosa séptica. Es un lujo tirar de la bomba y que la corriente se lleve nuestras muestras fecales, sin que nos sonrojemos ante el siguiente en la cola.
Los que tienen autoridad municipal dejan pasar los años, reduciendo las partidas presupuestarias para infraestructuras de sanitarios en esas barriadas que sitian la ciudad de los aventajados en el Cabo sudafricano, esos que sí que tiran de la bomba siempre que plazcan, esos que mean donde placen.
Verás entre meadas y meadas,
más meadas de todas las larguras:
unas de perros, otras son de curas
y otra quizá de monjas disfrazadas.
Las verás lentas o precipitadas,
tristes o alegres, dulces, blandas, duras,
meadas de las noches más oscuras
o las más luminosas madrugadas.
Piedras felices, que quien no las mea,
si es que no tiene retención de orina,
si es que no ha muerto es que ya está expirando.
Mean las fuentes... Por la luz humea
una ardiente meada cristalina...
y alzo la pata... Pues me estoy meando.
(Rafael Alberti, 1968)