Dígame
Once lenguas oficiales son el reflejo jurídico de la riqueza cultural de un país y la voluntad de los gobernantes de reconocer la idiosincrasia de la diversidad en la comunidad africana. Los que procedemos de las periferias de los epicentros de poder entendemos el desafío que implica el uso de una lengua en minoría en un mundo cada vez más abierto y a la vez más subyugado al uso de la lengua de la mayoría que ostenta el poder de la autoridad sea cual sea.
Los imperialismos imponen, imponen gobernantes, sistemas de relaciones de todo tipo, y nos imponen la lengua para comunicarnos. Al sur del continente africano, un vuelco electoral que resultó en una mayoría absoluta parlamentaria para el partido de los nacionalistas afrikáners a finales de los años 40, se tradujo en demasiadas imposiciones perniciosas para la mayoría de la población sudafricana. Primero el desalojo y confinamiento en restrictivas zonas exclusivas de los africanos, mestizos e indios, para finalmente imponer jurídicamente una lengua europea hablada por la minoría a la mayoría africana. La lengua es uno de los instrumentos identificadores más importantes de nuestras comunidades y vía transmisora de un pasado histórico cultural. La ley que impuso legalmente una educación en afrikáner a los africanos, y no en sus lenguas vernáculas, pudo ser uno de los muchos factores que conllevó el principio del fin del apartheid. Los chavales de Soweto que cambiaron los pupitres por las barricadas en las calles del gueto como protesta a la imposición del afrikáner en sus escuelas de primaria el 16 de junio de 1976, entendieron que si aceptaban, y sometían a ser adoctrinados en la lengua de los colonizadores de origen holandés, su papel en la historia cultural del país se desvanecería con el transcurrir de los años y con ello dejarían de entender quiénes son. Esos chicos asesinados por la autoridad en el poder por decir no a la lengua de los colonos holandeses, sí sabían quienes eran.
La Sudáfrica post-copa mundial reconoce la identidad lingüística a once comunidades culturales históricas, pero no su igualdad. En estos tiempos que corren, la imposición ya no está escrita por legisladores si no por las nuevas dinámicas del sistema de poder en todas las esferas de la sociedad. Durante el apartheid aprender la lengua de los colonos europeos era un camino hacia la supervivencia. La posibilidad de encontrar un trabajo asalariado estaba exclusivamente restringido, por ley, para aquellos que podían comunicarse en esas dos lenguas imperialistas impuestas en el África del sur: inglés y afrikáner. Cualquier acceso al mundo laboral privado o público imponía su uso. En la Sudáfrica de copas mundiales, la sutileza de los poderosos, que no su legislación, sigue imponiendo el imperio del poder absoluto de las lenguas coloniales: se educa, se legisla, se ejecuta, se juzga, se contrata en inglés y en afrikáner. Las lenguas vernáculas sudafricanas se mantienen a la sombra de los hogares y los lugares lejanos del centro del poder, allí donde uno se siente perdido comunicándose en inglés y afrikáner y en donde la transmisión de lo que somos se hace oralmente. En esos lugares comunicarte en una de las ocho lenguas nativas oficiales constitucionalmente significa que eres un mierda al que el sistema joderá en algún punto de tu camino vital.
Uno de los últimos estudios realizados por una de esas universidades, donde se enseña en la lengua colonial, ha puesto en evidencia la desidia con la que se dirime la aplicación de la justicia entre los hombres y mujeres que se comunican en zulu, xhosa, sotho del norte, sotho, ndebele, swazi, tsonga, tswana, venda. Si perteneces a uno de esas comunidades lingüísticas, y tus huesos acaban en un tribunal, sólo te queda rezar en tu lengua vernácula y mover la cabeza impasible ante un veredicto injusto por una traducción errónea de los testimonios y la presentación de evidencias. A pesar de que el departamento de justicia sólo contrata a traductores que pasan un examen de las tres lenguas oficiales más prominentes en la zona geográfica donde se sitúa el tribunal, en la práctica, las dinámicas de poder heredadas y presentes, junto al imperio lingüístico de adoctrinamiento de las élites, se traduce en examinarse en inglés, afrikáner, y en una de las ocho lenguas nativas sudafricanas. Traducido: en dos lenguas europeas y una sudafricana.
Y el mazo sigue cayendo a favor de la minoría de origen europeo. Los errores en la traducción de las lenguas nativas en los tribunales de primera instancia acaban convirtiendo la aplicación de la justicia en un acto de injusticia con terribles implicaciones para los mismos perdedores africanos de antes y de ahora. Si preguntamos a los sutiles poderosos, pronto saltan de sus confortables sillas para defender un sistema judicial sudafricano que chillan garantista, porque sobre el papel cualquier acusado puede apelar una revisión de su juicio por irregularidades surgidas durante las vistas preliminares. Sutilezas. Las estadísticas sobre el número de ciudadanos que apelan en casos de “errores de traducción” no engañan sobre quién, o más rigurosamente, sobre quién puede apelar, aquellos que están en mejor situación económica. Traducido: una minoría en Sudáfrica.
El estudio no deja lugar a la duda sobre la situación de la aplicación de justicia en las periferias del centro de poder sudafricano, señalando con el dedo acusador la desvergüenza de no disponer de traductores de tribunal aptos para la traducción de las lenguas vernáculas que garanticen el derecho a un juicio justo. El sistema de adoctrinamiento de las élites que se mantiene desde el apartheid hace que esos errores de traducción pasen desapercibidos para una gran mayoría de los magistrados y fiscales del país, simplemente porque desconocen las lenguas indígenas habladas en la tierra que habitan. Las garantías procesales saltan por los aires para unos ciudadanos indefensos frente a traductores sin escrupulos explotando fisuras judiciales e intencionadamente malinterpretando evidencias para influenciar el resultado del procedimiento. Traducido: garantista y una mierda.
La generación del 16 de junio de 1976 que se rebeló contra la tiranía lingüística de la colonización europea sigue iluminando el camino. El cuerpo agonizante del estudiante de primaria, Hector Pieterson, está presente en nuestras mentes como siguen viva la supremacía lingüística de los colonos europeos en la tierra de los zulus, xhosas, sothos, ndebeles, swazis, tsongas, tswanas, vendas.
Escena reconstruida en un tribunal del Cabo
Testigo xhosa: Benukuphi ma madoda (¿dónde están los hombres?)
Traductor del tribunal: los hombres estaban en casa
Testigo xhosa: Mabedubula abantwana (cuando los niños fueron disparados)
Traductor del tribunal: cuando los niños amenazaban al profesor
Testigo xhosa: Benikhupi na (¿dónde estabais?)
Traductor del tribunal: estabas en casa
Testigo xhosa: Abantwana besahaywa ngezimbokodo (cuando los niños tiraban piedras)
Traductor del tribunal: cuando los niños dispararon al profesor
Testigo xhosa: Benikhupi na (¿dónde estabais?)
Traductor del tribunal: estabais con ellos
Hector sí sabía quién era ¡amandla!.