COVID 19 ZA con 'remake' de fábrica
Covid-19 ha demostrado ser un virus eficiente en su cadena de transmisión y en destapar las miserias que nutren la fragilidad de nuestra especie. Covid-19 es el protagonista de una saga multitudinaria que arrasó países durante el avance del año que dejamos atrás. Su estreno resonó e impactó a nivel mundial. Al protagonista de esta historia le gusta viajar a la velocidad del transporte aéreo. La saga Covid-19, filmada y producida en Sudáfrica, nos deleita con una trama en la que no faltan peleas perrunas políticas, violencia masiva de capitales, gula por escalar beneficios farmacéuticos, y estraperlo de fondos públicos destinados a frenar la expansión del virus y alimentar a sus ciudadanos. Sin dejar de lado heroicidades de gente ordinaria que no busca ser héroe. En definitiva, ingredientes habituales en operetas de estados en guerra.
La primera parte de la saga sudafricana, nos sitúa a principios de marzo de 2020. Cuando nuestro protagonista, Covid-19, hace su aparición estelar en Cape Town vía Londres. Desde ese mismo instante, el Gobierno sudafricano optó por ser un ejemplo de respuesta gubernamental firme contra el virus invasor y ejecutó un cierre casi total del país, siguiendo los consejos de la comunidad científica especializada en epidemias. Medidas para el control de contagio y proteger la salud pública de sus ciudadanos. Un acto heroico, anteponer la crisis sanitaria a la crisis financiera y económica del país. Una estrategia clara y eficiente de comunicación, diseñada con un sistema de alertas que da al ciudadano los mecanismo para entender los diferentes niveles de riesgos y sus correspondientes decisiones sobre limitación de movimiento de personas, reuniones y negocios. Con sólo 62 positivos y sin ningún muerto, el Gobierno sudafricano decretó la aplicación del Disaster Management Act. Una ley que permite al ejecutivo decretar medidas restrictivas de los derechos protegidos por la constitución, sin pasar por el Parlamento, apelando motivo identificado como desastre nacional.
A finales de marzo se desencadenó la logística para el cierre del país. Movilización completa de los 76.000 oficiales del ejercito para contener la libertad de movimiento de las personas, restringida a servicios esenciales como compra de comida y visitas a médicos. Fronteras cerradas por tierra, aire y mar. Prohibido sacar perros a pasear. Prohibida la venta de alcohol y tabaco. Una caravana de decenas de miles de trabajadores de salud pública inundaron las calles de los extra-radios urbanos para identificar positivos Covid-19 en las comunidades más en riesgo, las zonas residenciales con alta densidad poblacional. En países en desarrollo, el confinamiento y cierre de los sectores económicos son imposibles de aplicar sin la voluntad ciudadana de acatar medidas draconianas, y sin la imposición por la fuerza de los cuerpos de seguridad estatales.
Una tregua no escrita entre los principales sectores económicos, mayoría de las fuerzas políticas y asociaciones civiles, acompañó la aplicación del Estado de Desastre Nacional. Todos unidos contra la llegada de nuestro protagonista al país. Una ley aprobada en 2004 para hacer frente a desastres naturales, o epidemias como el Ébola, permitió al Gobierno actuar con firmeza y rapidez sin necesidad de aprobación parlamentaria. Tras escuchar razones de salud pública por especialistas científicos en epidemias, el sector empresarial y sindical apoyó al Gobierno en su contundente respuesta a la llegada del virus. Cierre del país desde el 27 de marzo y suave desescalada desde finales de abril. Las imágenes de hospitales y cementerios colapsados en Italia y España fueron cruciales para entender la solidaria respuesta inicial de todos los sectores sociales, económicos y políticos sudafricanos. La maquina de relaciones publicas del partido en el Gobierno, African National Congress (ANC), mantuvo el control de la narrativa de la crisis en su primera fase de la saga. Comparecencias diarias de ministros para dar cuenta de las diferentes medidas aplicadas y su implementación, así como la evolución del contagio, coparon televisiones, radios y prensa escrita. Pero no todos acompañaron al Gobierno en su periplo hacia al abismo sin rechistar por mucho tiempo. Agentes malignos que obstaculizan cualquier acción gubernamental que sea encaminada a salvar vidas no negocios entraron en juego en la trama.
Multinacionales tabacaleras y de bebidas alcohólicas se rebelaron. Se inició una subtrama judicial por el efecto cierre y pérdida de negocio. Partidos políticos, en la oposición, abanderados de políticas económicas neoliberales se les unieron para desbaratar judicialmente el cierre del país. El primer enfrentamiento judicial acabó dando la razón al Gobierno. El camino de las apelaciones a cargo de la billetera de multinacionales está en marcha. Los partidos conservadores de circunscripción mayoritaria blanca no han llevado bien el papel de ser meros espectadores de la actuación gubernamental durante la primera parte de la saga. Tras la tregua inicial concedida al Gobierno Sudafricano, buscaron su espacio en la escena mediática. Prominentes personalidades empresariales, científicas, y líderes de partidos en la oposición de mayoría neoliberal y nacionalista afrikáner dieron un puñetazo sobre la mesa. Siempre desenfundando el factor económico, el partido liberal Democratic Alliance (DA), que lidera la oposición en el Parlamento con a penas el 20% de los votos, activó la maquinaria de relaciones públicas para atacar el cierre del país y su repercusiones negativas en el sector empresarial sudafricano. Exigieron acudir a rescates financieros del Fondo y el Banco Mundial, a sabiendas que así se ajustan a la baja las futuras partidas sociales para paliar la desigualdad socio-económica nacional.
La gran mayoría de los trabajadores sudafricanos sobreviven con salarios que no cubren los gastos para llegar a fin de mes. La mitad de la población sudafricana está habituada a ir a dormir con el estómago vacío, a hacer colas para mear en los lavabos públicos apilados en sus barrios, a hacer largas colas para llenar los barriles de agua en el grifo comunitario. A no depender de la precaria asistencia sanitaria pública. A divisar el camión municipal de basura una vez al mes. Cada día la precariedad de sus vidas les recuerda que residen en uno de los países más desiguales socio-económicamente del mundo. El Banco Mundial afirma que la desigualdad de la riqueza persiste a lo largo de la división racial histórica desde los años de colonización. La desigualdad no ha dejado de aumentar desde 1994. El país presenta uno de los más altos porcentajes de desempleo en el mundo, alrededor del 30 por ciento. A pesar de ello, el número de parados entre la población blanca sudafricana nunca ha sobrepasado el 8 por ciento desde 1994. De promedio, la población negra gana menos del 20 por ciento que su contraparte blanca. El director regional para el sur de África del Banco Mundial, Paul Noumba, describe este sistema económico dual de Sudafrica: “por un lado hay una economía muy cualificada con alta productividad, y por otro, una amplia economía no cualificada con baja productividad”. Esta dualidad se traduce en altos índices de desigualdad en salarios y un mercado laboral altamente polarizado. Thabo Mbeki, sucesor de Nelson Mandela en la presidencia, describía hace cuatro años con estas palabras la dicotomía socio-económica sudafricana: “los relativamente prósperos blancos, y los negros y pobres residiendo bajo condiciones de profundo subdesarrollo”.
La otra nación, la prospera, está hastiada de no poder facturar y tener que pagar salarios a trabajadores que no acuden a sus puestos de trabajo por las restricciones de movimiento para contener la expansión de nuestro virus protagonista. De no poder sacar a pasear a su perro por la playa. Siguiendo la estela dibujada por científicos y líderes mundiales que buscan la inmunidad en manada, no quieren oír hablar de planes de desescaladas, picos, muertes o hospitales colapsados. Quieren poner fin a la declaración del Desastre Nacional y a sus medidas de restricción de movimiento de personas y mercancías. Invocan como solución única: la inmunidad en manada. La primera mujer cardióloga sudafricana en realizar un transplante de corazón, Susan Vosloo, se lamentaba en una entrevista en la televisión de que “hay una pequeña minoría que morirá del virus, entonces por qué la mayoría no debemos ir a trabajar. Por qué el país tiene que paralizarse en su totalidad para proteger a un puñado de gente”. Días antes, la Secretaria General del partido DA, Helen Zille, twitteo su visión de la epidemia “una vez que tienes el sistema sanitario listo, el virus debe de circular su curso. No hay cura. No hay vacuna. Sólo inmunidad cuando la tengas. Es menos mortal de lo que tememos, sobre todo en la gente joven y sana. Escalará, pero eso nos acerca al tope, entonces bajará. No hay otra forma”. John Steenhuisen, candidato a la presidencia del partido de mayoría blanca liberal, DA, respondió con agresiva arrogancia a la periodista de la televisión pública, Flo Letoaba, cuando le preguntó quiénes eran esos ciudadanos a los que John denomina “los sudafricanos”, quienes quieren poner fin al cierre del país para combatir el Covid-19. John contestó: “los sudafricanos que mandan mensajes a mi partido”.
El gran juego del capital financiero y la corrupción en todos los niveles de la administración no dejó pasar mucho tiempo antes de saltar a la primera línea de la trama principal de esta entrega de la saga. Tampoco el capital financiero y su gula por el beneficio especulativo. Sólo cuatro días después del inicio del cierre del país, la agencia de calificación de solvencia de deuda pública nacional, Moody, emitía la degradación del bono de deuda pública sudafricano a bono basura. Una semana más tarde la agencia Fitch le seguía. El crecimiento económico sudafricano, pilotado principalmente por el sector servicios, manufacturación y minería, estaba a la baja antes de la pandemia Covid-19. En recesión técnica desde 2011 con valores por debajo del 2% del PIB. Tras diez años de corrupción galopante a nivel estatal, de empresas paraestatales en amenaza de quiebra, con crisis sucesivas de abastecimiento y suministro de servicios básicos como electricidad o agua, Covid-19 llegó como puntillero y remató la agónica economía sudafricana. Degradación de los bonos de Estado a basura por dos de las tres mayores agencias de calificación crediticia. Con ello, aproximadamente unos 11 millones de euros de capital han sido retirados del país. El fuego financiero arde en una tierra ya quemada por recesión económica.
El Gobierno del ANC se ha afanado en mantener un escenario macroeconómico estable que evitara tener que recurrir a instituciones como el Fondo Mundial y el Banco Mundial para obtener créditos. Con una inflación por debajo del 7 por ciento, un déficit fiscal por debajo del 5 por ciento del PIB, y deuda externa por debajo del 60 por ciento del PIB, Sudáfrica ha conseguido mantener sus líneas de créditos abierta, sin recurrir al temido Fondo y Banco Mundial. Hasta la llegada de nuestro protagonista al país. La aparición de Covid-19 en tierras sudafricanas tiene el efecto de un tornado que arrasa con todo lo que se le pone delante. En mayo de 2020 el Presidente, Cyril Ramaposa advirtió que “ el Covid-19 ha supuesto la casi total destrucción de nuestra economía. Esto es una situación de pos-guerra con desafíos y oportunidades”. Cyril Ramaphosa evocó la inevitable transformación radical de la economía sudafricana. Necesaria como la independencia de los gobiernos en países en desarrollo que no quieren ser rescatados por organizaciones internacionales. No estaba en la agenda del Gobierno sudafricano acabar siendo supervisados por funcionarios internacionales que minan la maniobra de reformas fiscales y laborales. Pero llegó Covid-19 y Sudáfrica llamó a la puerta del Fondo Monetario Internacional.
La disposición de urgencia de liquidez para comprar equipos médicos y ampliar el número de instalaciones sanitarias abrió la puerta a oportunistas sin escrúpulos bien conectados con funcionarios de la administración sudafricana. Se suceden estafas y corruptelas administrativas de importantes partidas de dinero público disponible para la compra de equipo médico o bolsas de alimentos para las familias más devastadas por el cierre económico. A pesar de expresar la intención de limpiar las cloacas de la administración por donde fluye licitaciones, vemos a familiares y amigos bien interconectados con la administración hacer el agosto con las partidas presupuestarias públicas en tiempos de Covid-1. Nuestro protagonista reina entre las cloacas de la administración sudafricana.
Un tramo de los intestinos del país se rebela contra las restricciones económicas para poner freno a la expansión del virus. El otro tramo resiste a golpe de pistola y paliza policial. Y es la parte más larga. Es en ese tramo de los intestinos es donde residen la gran mayoría de sudafricanos. No han levantado la voz, no han cortado carreteras, no han quemado un neumático contra el cierre del país. La inmensa mayoría ha acatado las draconianas medidas de quedarse en casa, en barrios masificados, sin espacios abiertos al aire fresco. A pesar de las colas interminables para acceder al subsidio estatal o a bolsas de alimentos. Callan y sobreviven.
Llegamos al final de esta primera parte de la saga Covid-19 ZA. Sudáfrica ha conseguido dominar a nuestro protagonista. Puso freno a una tragedia de proporciones bíblicas por un instante. El número de muertos no ha sido el predicho por modelos epidemiológicos a inicios de esta primera parte. La desescalada de los contagios y la vuelta a una cuasi normalidad fue iniciada justo antes de la temporada veraniega, en diciembre 2020. Las puertas de los negocios se abrieron para hacer caja por vacaciones. Mientras, nuestro protagonista ideaba su contraataque para deleitar a espectadores de la siguiente entrega de la saga. Surfeando un tsunami, nuestro protagonista se ha llevado por delante, finalmente, la temporada veraniega. Turistas, surfistas, bañistas, terrazas, hostales a nivel del mar han sido arrasados. Un reguero de muertos nos anuncia que la siguiente entrega de la saga Covid-19 viene llena de fuertes emociones.